El factor que determina tu felicidad
En cada situación, siempre hay una cosa que puedes controlar.
¿Has pensado alguna vez en el hecho que eres la única persona que tiene el poder sobre cómo reaccionas en la vida?
Y no sólo eso, sino que cómo reacciones ante todas las cosas en la vida, es lo que determina tu grado de felicidad o infelicidad. Sí, exclusivamente esto es lo que determina todo.
Todo lo que los demás dicen y hacen, y todas las cosas a las que te enfrentas, o bien que acontecen en tu camino, en sí no tienen ningún significado ni relación con tu felicidad o infelicidad; es decir, no quitan ni añaden nada. Esto probablemente suena incorrecto, porque va en contra de lo que la mayoría de las personas piensa y habla, ¡sin embargo es una verdad gloriosa! Y mientras más lo pruebas, más pronto se va estableciendo en tu conciencia.
¡Nadie te puede hacer pecar!
Justamente por esto que casi no hay algo más necio que empezar a excusarnos a nosotros mismos y culpar a los demás. Lo que los demás dicen y hacen tiene un significado para la felicidad o infelicidad de ellos, pero no para la tuya, ni en lo más mínimo. Los demás no pueden hacer que tú seas feliz o infeliz, pero sí la forma cómo reaccionamos ante lo que los demás dicen y hacen, ante las cosas que suceden, sus conductas, sus tratos hacia ti y tu persona, esto te puede hacer más o menos feliz o infeliz; es decir nuestro propio pecado, y tanto esto como lo otro, de un modo que conlleva daño y pérdida. Es muy fácil pensar y creer que las palabras de los demás y sus actos te han herido. Las personas están muy seguras de esto como que dos más dos es cuatro, sin embargo, no es así.
Para poder reaccionar ante todo de forma que nuestra felicidad solo aumente en lugar que disminuya, debemos buscar y encontrar, una radical salvación y liberación del poder del pecado. Solo entonces seremos capaces de reaccionar ante todas las cosas de una forma que mí alegría no será perturbada, sino que solamente aumentará.
Tentación = Oportunidad
Este gran error o confusión consiste en esto: Que cuando alguien te hace mal, y no eres capaz de soportarlo, entonces terminas tú mismo haciendo el mal. Empiezas a hacer este cálculo equivocado: Si esa persona no hubiera dicho o hecho ese mal conmigo, entonces no hubiera empezado a hacer el mal, así que la culpa es de esa otra persona. Aparentemente la conclusión suena correcta, sin embargo no es así. De hecho, está mal, muy mal.
Lo correcto es esto: el mal comportamiento de esa otra persona hizo que se manifestara en mí una tentación. Por lo tanto, recibí una nueva oportunidad para vencer, un aporte más para la corona de victoria final. Sin embargo, en lugar de vencer, caí en la tentación. Fue mi culpa. Producto de mí propia naturaleza maligna.
Es absolutamente incorrecto decir que tu caída fue producto de lo que dijo o hizo el otro. No, tu naturaleza maligna solo salió a la luz por causa de esto. Sin embargo, siempre estuvo allí. Caíste simplemente porque todavía no eres salvo del poder del pecado, no porque la otra persona te trato mal. Innecesariamente reaccionaste de forma mala, vulgar y con pecado. Podrías haberlo tomado en forma piadosa. ¡Podrías haber obtenido una victoriosa gloriosa! Tenías una oportunidad gloriosa, sin embargo fue mal utilizada.
Por lo tanto, también podemos expresarlo así: Es erróneo creer que esto es algo natural, o bien una necesidad, empezar a hacer el mal porque otra persona me hizo mal. ¡Eso es completamente erróneo! Lo que sí es completamente correcto, es que mi naturaleza es maligna; pero podemos llegar a ser salvos. ¡Solamente lee la tercera carta de Juan!
Reacciones – conducen a la vida o la muerte
Si Eva hubiera reaccionado de forma diferente; entonces le hubiera dicho a la serpiente que estaba muy bien así como era, por lo que no tenía ninguna necesidad de comer del fruto prohibido, entonces no habría ninguna caída en el pecado con resultado de mala conciencia, expulsión del Jardín del Edén, ninguna enfermedad ni muerte.
Si Adán hubiera reaccionado de forma diferente, entonces habría rechazado la oferta de Eva de comer del fruto prohibido, y el pecado no hubiera podido entrar en el mundo.
Si Jesús hubiera reaccionado de forma diferente, entonces habría hecho solamente la justicia en todas partes, y definitivamente no hubiera querido padecer alguna injusticia, por lo tanto, no habría ninguna redención ni alguien salvo en absoluto. Entonces estaría Él – el justo – junto a su Padre justo, y todos nosotros estaríamos perdidos.
¡Cuán indescriptiblemente grande y glorioso, es el hecho que haya escogido reaccionar lleno de amor, así como lo hizo!
Puedes tener una alegría inconmovible
También puedes, al padecer injusticia, ganar otras almas que de otro modo no hubieras podido ganar. Cansarte, discutir sobre tus derechos, reclamar contra tu prójimo, es una forma completamente necia y fatal de reaccionar. En cambio, puedes reaccionar de una tal forma, que siempre puedes mantener tu alegría, independiente de cómo todo y todos se comportan.
La fe en la perfecta dirección de Dios en todas las cosas, te llevará a una fe firme y confianza de que todas las cosas son para nuestro bien. Y por supuesto, todas estas cosas son motivo de gozo.
Si un hombre tuviera poca comida, o bien solo pan, sin nada para ponerle, esto en sí no sería algo que podría frenar su alegría. Pero la insatisfacción con la situación, y una actitud exigente por querer tener más y mejor, además de sus malos pensamientos sobre los demás que tienen en abundancia, ¡esto sí podría hacerlo infeliz! Sin lugar a dudas, la forma cómo reaccionamos – y ninguna otra cosa – es lo que determina todo. ¡Es algo simple, pero maravillosamente cierto!
La fe en la perfecta dirección de Dios en todas las cosas, te llevará a una fe firme y confianza de que todas las cosas son para nuestro bien. Y por supuesto, todas estas cosas son motivo de gozo. ¡Cuán tremendo cuidado tiene Dios por mí! ¡Con cuánta fidelidad vela sobre mí!
Confiar en Dios en medio de la tragedia
¿Cuál es la mejor forma de reaccionar ante los accidentes y la muerte? En este caso es lo mismo que con cualquier otra cosa. Para poder reaccionar piadosamente, debemos por supuesto a través de la salvación de Dios ser piadosos. Un impío reacciona de forma impía, mientras que el piadoso reacciona piadosamente. En otras palabras, se requiere una salvación en profundidad para poder reaccionar de la forma que uno debe reaccionar.
Está escrito: "¿Habrá algún mal en la ciudad, el cual Jehová no haya hecho?" Amós 3:6. "¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre. Pues aun vuestros cabellos están todos contados." Mateo 10:29-30. Cuando relacionamos esto con el hecho de que Dios sabe todo lo que es para nuestro bien, y que también lo hace, entonces terminamos concluyendo que independientemente de lo doloroso e indeseado que fue lo que sucedió, igualmente fue lo mejor. ¿Quién podría contradecir lo que el Dios bueno y sabio cree que es lo mejor?
Pero para poder reaccionar de este modo, debo absolutamente de todo corazón y para siempre haber terminado de confiar en el propio razonamiento, junto con habernos dejado formar por Dios y que mi propia forma de pensar sea doblegada, humillada y mansa. Entonces uno preserva esa profunda paz y reposo en todas las circunstancias, independiente de lo doloroso que pueda ser la situación.
Y – cuando alguno de nuestros seres queridos se mete en serios problemas, o se aparta de Dios, es muy natural pensar: "¡Ni yo hubiera podido impedirlo!" Pero si pensamos que Dios mismo, cuyo amor es perfecto, no lo ha impedido, entonces incluso bajo estas situaciones sumamente desconcertantes somos guardados en la paz y en el reposo en Dios, a pesar que el dolor es muy grande. Porque no podemos a través de todo nuestra preocupación, hacer blanco o negro un sólo cabello.
Que esta verdad innegable e indescriptiblemente efectiva y que abarca todo, siempre esté brillando, viva para nosotros: ¡Solo nuestra forma de reaccionar ante todas las cosas, es lo que tiene un factor determinante para nuestra felicidad.
Este es un extracto editado del folleto "Mi forma de reaccionar", publicado por primera vez en 1957 por la Editorial Skjulte Skatter (Tesoros Escondidos).
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Escritura tomada de la Versión Reina-Valera 1960 © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas, 1988.