¿Quieres ser feliz?
Esta es una pregunta que tal vez no sea tan difícil de responder. Pero, ¿cómo puedo llegar a ser realmente feliz? ¿Cómo puedo alcanzar plena satisfacción, paz y gozo en la vida? ¿Es esto del todo posible?
Esta es una pregunta que tal vez no sea tan difícil de responder. Pero, ¿cómo puedo llegar a ser realmente feliz? ¿Cómo puedo alcanzar plena satisfacción, paz y gozo en la vida? ¿Es esto del todo posible?
Una noche escuche una prédica de Kåre J. Smith. Citó unas palabras de un hombre anciano que caminaba bajo el sol, acompañado de un hombre joven. El anciano se vuelve hacia el joven y le dice que ¡él era muy feliz! ¿Y porque esto? Porque ya no quería nada para sí mismo. Él había renunciado a su propia voluntad egoísta en provecho de la buena voluntad de Dios. Y esto era lo que lo había hecho tan feliz.
Al día siguiente estaba sentada en el auto con una colega, y conversando coincidimos en un programa de televisión que nos había sacudido a ambas. Se trataba de jóvenes que le tenían exigencias casi inalcanzables a sus parejas, sin importar cómo la vida se desarrollara para ellos. Se trataba de una vida de glamour, con hermosas casas, una vista espectacular y comida costosa. Lo peor, sin embargo, era que estas jóvenes parecían convencidas de que solamente consiguiendo sus exigencias encontraban la felicidad. Pero, ¿es esto cierto?
Me puse a pensar en las palabras de la noche anterior; con la claridad que fueron dirigidas y con la sencillez que fueron dichas. El testimonio del anciano habla de una comprensión que va mucho más allá de lo que uno generalmente asocia con la felicidad. Esta es una felicidad totalmente independiente de las situaciones externas. Es la felicidad que se obtiene cuando renunciamos a nuestra propia voluntad.
Pensé: ¿es así de simple? ¿Es realmente cierto que uno puede ser feliz si renuncia a su propia voluntad?
Un ejemplo de una vida feliz
En Hebreos 1, 9 está escrito: «Has amado la justicia, y aborrecido la maldad, por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros.»
Este verso describe cómo lo tuvo Jesús el tiempo que vivió aquí en la tierra. Él fue ungido con óleo de alegría más que a sus compañeros, por lo que llegó a una felicidad mayor que sus compañeros en su época. Sin embargo, ¿qué era esta justicia que él tanto amaba?, y ¿de dónde provenía esta maldad?
Jesús mismo dice: «Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.» (Juan 6,38). Él amó la voluntad de Dios, y vivió para cumplirla. La maldad, que tanto odiaba, era su propia voluntad – sus tendencias humanas que querían lo contrario a la voluntad de Dios.
En Mateo 26, 39-44, por ejemplo, podemos ver cómo Jesús luchó en oración para que su propia voluntad no recibiera poder. Así luchó cada día de su vida, cada vez que la irritación, ansiedad o impaciencia comenzaban a agobiarle. Él amó la voluntad de Dios, la cual era padecer con paciencia, soportar a cada hombre, bendecir y hacer el bien.
Jesús al igual que el anciano, no quería nada para sí mismo. Cada día que estuvo aquí en la tierra, se presentó a sí mismo para hacer la voluntad de su padre celestial, y dijo ¡no! a todo aquello que estaba fuera de esta voluntad.
¡Asimismo debo creer que vale la pena seguir a Jesús, y renunciar a mi propia voluntad humana!
¿Renunciar a mi voluntad = ser feliz?
Como seres humanos tenemos una voluntad propia enorme, la cual nos tiende a dominar desde que somos niños. Tenemos idea de cuáles son nuestros derechos, cómo queremos que nos traten, cómo queremos vernos, sabemos lo que queremos y cómo lo queremos. Cuando mis planes por alguna u otra razón fallan por un hecho fortuito, o alguien me desafía o desafía mi propia voluntad, entonces la felicidad se pone a prueba. Es en estas situaciones, que todas las personas, en un grado mayor o menor, están expuestas, donde la voluntad humana quiere agobiarnos con preocupaciones, envidia o la sensación de que estamos siendo tratados injustamente.
¿Cómo puedo preservar la alegría, la paz y el gozo en tales situaciones?
Muy fácil, renunciando a mi propia voluntad y confiando en Dios, así como lo hizo Jesús cuando estuvo aquí en la tierra. Esta voluntad humana pecaminosa siempre está en contra de la voluntad de Dios, «Los designios de la carne son enemistad contra Dios» (Romanos 8,7). Esta solo nos quieren alejar más y más del Salvador, el que precisamente dejo su propia voluntad sobre la mesa.
Eligiendo decir SI a mi propia voluntad, en las diferentes situaciones de la vida, (y, por lo tanto no a la voluntad de Dios) estoy terminando en el vacío. En una posición infeliz y solitaria; sola con todas mis exigencias y lejos de Dios y su guía perfecta.
¿Quiero ser feliz? entonces debo dejar toda mi vida en las manos de Dios y confiar en mi padre celestial. Entonces las palabras de Mateo 6,33 se cumplirán: «Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.» ¡Solo entonces seré realmente feliz!
Ojalá muchos puedan encontrar el camino a la felicidad a través de esta simple receta: «No quiero nada para mí mismo.»
Escritura tomada de la Versión Reina-Valera 1960 © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas, 1988.