¡Una salvación tan grande!
¿Qué implica en realidad la salvación con que vino Cristo?
La vida cristiana es algo que va con la salvación. Sin embargo, ¿alguna vez hemos pensado lo que realmente implica?
«… ¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron.» Hebreos 2,3.
¡Hermanos y hermanas de Jesús!
¡Esta salvación es tan grande que Jesús no se avergüenza de llamarnos hermanos! (Hebreos 2,11)
Está escrito acerca de Jesús: «¡Mi Hijo eres tú, yo te he engendrado hoy!» Hebreos 1,5-6. Jesús es el primogénito. Así también es la voluntad de Dios con nosotros, que seamos engendrados para ser sus hijos, hermanos de Jesús. Es una salvación muy grande a la cual estamos llamados. Todas las cosas fueron puestas bajo los pies de Jesús. Él aplastó la cabeza de la serpiente en los días de su carne.
Sin embargo, todavía no vemos que a Él están sujetas todas las cosas. A menudo pareciera que Satanás es el que ha vencido en nuestros días. Esto es porque recibiremos la misma victoria que Jesús. Todas las cosas también serán sujetas bajo nuestros pies. En esta batalla y salvación todos los ángeles han sido enviados para servir en nuestro favor. Podemos ser tentados por todo tipo de cosas, pero aquello que tenemos sujeto bajo nuestros pies, ya no nos tienta más. Allí tenemos reposo. Donde todavía somos humanos podemos ser removidos, pero allí donde la naturaleza divina ha nacido en nosotros, somos inquebrantables.
Por lo tanto, continuamente nace algo en nosotros cada vez que nuestra naturaleza humana muere, y recibimos parte de la naturaleza divina. De esto es lo que tratan las promesas. Pedro escribe que hemos recibido «preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia.» 2 Pedro 1,4. Jesús llevó toda la naturaleza humana a la muerte, y por eso habitó corporalmente en Él toda la plenitud de la Deidad. Él es el primogénito, nosotros sus hermanos, somos muchos que tenemos parte en esta salvación.
Pero con Jesús fue distinto, dices. No puede suceder lo mismo con nosotros. Sí, precisamente lo mismo puede ser posible. Si somos impulsados por el Espíritu de Dios, entonces somos hijos de Dios. Pero si somos hijos, también somos herederos, ¡herederos de Dios y coherederos con Cristo! (Romanos 8,14-17) ¡No es distinto, sino como Jesús! Por eso no se avergüenza de llamarnos hermanos. ¡Qué grande es esta salvación!
«¡Como yo he vencido!»
Jesús era el único en cuanto ser igual a Dios. Era el único heredero. Pero no consideró esto un robo. (Filipenses 2,5-8) También quería que fuéramos semejantes a Dios. Ser sus coherederos. Por esto Jesús renunció voluntariamente a ser como Dios y se volvió semejante a los hombres. Abrió un camino nuevo y vivo – desde el hombre a Dios. Un camino en el que los hombres podían llegar a ser igual a Dios. Heredas tanto con Cristo como cuando llegas a ser semejante a Dios.
Por eso dice Jesús: «Al que venciere, así como yo he vencido. Si guardareis mis mandamientos, así como yo he guardado los mandamientos de mi padre. Si os amáis unos a otros, como yo os he amado. Sed todos uno, así como el Padre y yo somos uno. Sed perfectos en unidad, para que el mundo pueda creer.» Aquí podemos ver, ¡que hemos sido llamados a una salvación muy grande! Pero, ¿quién ha creído realmente el anuncio que ha escuchado? ¿En quién se han cumplido realmente las promesas?
¡Una salvación perfecta!
Está escrito acerca de los antiguos héroes de la fe que no recibieron lo prometido, porque Dios había provisto algo mejor para nosotros. (Hebreos 11,39-40) ¿Has pensado en que Dios ha provisto algo mejor para ti, que lo que fue provisto a estos héroes de la fe? Cuando descuidas una salvación tan grande, ¿cómo puedes pensar que escaparás del juicio de Dios?
Imaginas que eres muy humilde cuando dices: «Soy tan miserable que debo estar lo suficientemente feliz que puedo recibir perdón de pecados.» Los que dicen esto, degradan la obra de Jesús y desprecian la bondad de Dios. Esto no es humildad; es terquedad.
Jesús puede salvar perpetuamente a los que por Él se acercan a Dios. (Hebreos 7,25) No es porque eres miserable que vas a ser juzgado, sino porque no crees. Sí, pero no todos tienen fe, dices. No, las personas perversas y malas no tienen fe. (2 Tesalonicenses 3,2) Uno no puede creer en esta salvación y al mismo tiempo amar este mundo. Uno no puede creer en participar de la naturaleza divina y al mismo tiempo amar su propia vida.
Tal vez dices: «También creí una vez que podía ser bueno, pero por desgracia, he visto que no podemos ser otra cosa que humanos.» Cuando dices algo así, en realidad das testimonio que has desechado de ti una buena conciencia, y por eso has sufrido el naufragio de tu fe. (1 Timoteo 1,19) Dejaste de tener cuidado y reconocer tu pecado, y por eso la incredulidad recibió poder sobre ti nuevamente. Y por eso fue más fácil pecar diariamente que recibir perdón.
Quizás piensas que es algo tedioso comportarse como la viuda frente al juez injusto. Con tal actitud jamás tendrás derecho sobre tu adversario, el diablo, que anda alrededor buscando a quien devorar. ¡Pero esto no tiene que ser así!
Jesús dice: Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra? (Lucas 18,1-8; 1 Pedro 5,8) ¡No lo defraudemos! Tengamos fe, no sólo en el perdón de pecados, sino que con nuestras acciones mostremos que tenemos fe en victoria, ¡fe en esta salvación tan grande!
Escritura tomada de la Versión Reina-Valera 1960 © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas, 1988.