El verdadero cristianismo: La solución comienza conmigo

El verdadero cristianismo: La solución comienza conmigo

Si abrimos nuestros ojos la solución está justo en frente de nosotros. Pero tenemos que estar dispuestos a darlo todo.

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Crecí en una playa donde predominantemente había gente blanca, en la escuela la mayoría también eran niños blancos. Sin embargo, mis tres amigos más cercanos durante mi adolescencia eran negros. Sinceramente, nunca nos importó de qué color éramos, solo disfrutábamos convivir juntos. Sabía que era una lucha para ellos estar allí porque eran la pequeña minoría, y a causa de eso las personas alrededor podían actuar incómodamente por el color de su piel, pero a pesar de eso lo toleraban. Nos reíamos de las cosas, pero obviamente no era divertido para ellos. Apreciaban que nunca intentaba ser como ellos, y nunca nos importó que fuéramos de diferentes colores. Éramos amigos porque nos encantaba estar juntos y eso no hubiera cambiado solo por el color o la raza.  

Crecí creyendo que todos los hombres son iguales, y con la esperanza de estar con gente que compartía la misma creencia me mudé a San Francisco, la ciudad que “lo tiene todo.” No pasó mucho tiempo hasta darme cuenta lo poco que la humanidad defiende este principio. Hice muchos amigos de diferentes razas, culturas, y orígenes. Pero rápidamente descubrí que por mucho que la gente intenta ser buena con los demás, simplemente no podían. La gente se burla, se juzga, habla mal a las espaldas de otros y es poco atenta a escuchar una creencia que es diferente a la suya, o incluso aceptar a una persona que tiene otra perspectiva. 

Finalmente encontré la respuesta  

Después de dos años en este ambiente me sentí sin esperanza. Más tarde, me mudé a San Diego, donde comencé a buscar a Dios para encontrar respuestas. Fue en ese entonces cuando Dios me llevó a un hombre que salvó mi vida. Era un hombre negro, no es que eso importe, porque fue su mensaje el que me salvó. Su nombre era Jether Vinson y habló claramente de una solución: que necesitamos encontrar el pecado en nuestra propia naturaleza y acabar con él. Dijo que Jesús no solo vino para perdonarnos, sino para salvarnos del pecado al que estamos atados. Rápidamente comprendí que esa era la única respuesta a mis problemas y a los de toda la humanidad. Por mucho que lo intentaba, yo también tenía esos pensamientos de juicio y condenación contra mi prójimo, y ¿quién iba salvarme de estos pensamientos tan destructivos?  

Jether me presentó a un Jesús que yo nunca conocí, uno que podía compadecerse de mis debilidades, uno que fue tentado en todo, así como yo (Hebreos 4:15). Hace 11 años, di mi vida a Jesús, el cual venció al pecado en la carne, y ahora Él me ayuda todos los días a hacer lo mismo. Aun no estoy nada cerca de le perfección en esto, pero hoy puedo ver un camino claro que lleva hacia esta libertad.

La solución es seguir el ejemplo de Jesús  

“Te alabaré; porque asombrosa y maravillosamente he sido hecho.” Salmos 139:14 [NBLA]. Hoy, como antes, mucha gente no es capaz de ver que este versículo aplica para toda la humanidad. Si no podemos ver el valor de todas las personas sin importar su raza, política, factores sociales, tamaño, peso, o cualquier otra cosa, entonces ¿cómo podemos ayudar a crear una paz duradera? El corazón de Jesús era que debíamos ser buenos para con todos. Él abolió todas las enemistades en su carne (Efesios 2:14-16). La enemistad es todo lo que nos divide como seres humanos. Todo lo que condena, juzga, es arrogante y egoísta es enemistad. Jesús destruyó todo esto, y por eso fue capaz de amar perfectamente a todas las personas, pero sin aceptar sus conductas destructivas. 

Un ejemplo claro de esto es cuando Jesús le responde a los escribas y fariseos que querían apedrear a la mujer adúltera: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella.” Todos ellos tuvieron que irse, y Jesús le dijo a la mujer: “¿Ninguno te condenó? Ni yo te condeno; vete, y no peques más.” En lugar de condenarla Jesús le brindó ayuda declararando: “vete, y no peques más.” (Juan 8:1-11). Jesús no es un mentiroso, así que debemos creer que esto es cierto y posible también para nosotros.

Comienza con la raíz del problema 

¿No es esa la respuesta a los problemas del mundo en este momento? ¿No es el pecado la raíz del problema en todas las situaciones de la vida? Santiago mismo dice: “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros?” Creo que si somo honestos podemos ver que si queremos luchar contra los problemas del mundo, tenemos que empezar con nosotros mismos. ¿Qué tan capaz soy de ser bueno, misericordioso, bondadoso, pacificador, etc.… con aquellos con los que estoy más cerca? O más aún, con mis enemigos. ¿Soy capaz de amar a los que me odian?

Es mi propia voluntad la que me hace infeliz y crea intranquilidad en mí y a mi alrededor, y es precisamente aquí donde necesito un Salvador. Jesús se ha convertido en mi Salvador. Así que pregunto, ¿cómo puede alguien ayudar a detener el racismo o cualquier otro de los problemas en el mundo sin ser primero yo liberado del pecado? Así como los movimientos van y vienen, unos causando un buen efecto en la humanidad, yo personalmente elijo estar de pie por un movimiento que ha permanecido y permanecerá para siempre. Solo así puedo convertirme en un instrumento para la justicia en las manos de Dios, y asimismo puede utilizarme para el bien en este mundo. Yo estoy de pie y de parte de Jesús, el cual desea que todas las personas se salven y lleguen a una buena vida donde pueden hacer una verdadera diferencia en el mundo que les rodea. 

Escritura tomada de la Versión Reina-Valera 1960 © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas, 1988.