Qué podemos aprender de Salmos 18
Salmos 18 habla sobre un Dios muy activo y un hombre sincero.
Salmos 18 es particularmente instructivo y excepcionalmente claro. Este habla sobre un Dios muy activo en el cielo y sobre un hombre en la tierra, sincero y ferviente para hacer la voluntad y obra de Dios.
Comienza en forma notable con una inequívoca y sincera aclaración: «¡Te amo, oh Jehová, fortaleza mía!» Como si fuera poco, va más allá y profundiza: «Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio.» Salmos 18,1-2.
Sobre un tal fundamento algo se puede edificar y algo se puede llevar a cabo. Fue sobre este fundamento que David estuvo de pie en los días de tribulación, cuando las ligaduras del Seol y los lazos de muerte lo rodeaban.
Entonces clamó a su Dios, y Dios lo escuchó en su templo. Esta fue la oración de un hombre justo, puro y libre de idolatría.
El resultado no se hizo esperar. Entonces la tierra fue conmovida y tembló. Humo subió de su nariz, y de su boca fuego consumidor; carbones fueron por él encendidos. (Salmo 18,7-8) Esta fue una reacción y acción excepcional por parte de Dios: Envió desde lo alto; me tomó, me sacó… me libró… ¡Qué poder de acción y vigor! ¡Fue una victoria aplastante!
Todo el salmo es un golpe contra la falsa gracia y la falsa predicación, predicación que nos quita la personalidad y nuestra parte del pacto. La predicación que dice que todo lo que hacemos significa muy poco porque «todo es por gracia» y esto es falsificación de la palabra de Dios. La verdadera gracia conduce a la actividad y a la acción. Lo que Dios hace a menudo es una reacción a nuestra acción y voluntad. Así es como Dios es honrado, porque es Él quien produce así el querer como el hacer; pero Él no llega a ninguna parte sin nuestra obediencia.
David entendió esto, y cuando analizó la poderosa intervención de Dios y milagro dijo: «Jehová me ha premiado conforme a mi justicia; conforme a la limpieza de mis manos me ha recompensado.» Salmos 18,20. Para David la respuesta de Dios a su oración fue un premio y una recompensa a su esfuerzo sincero. Había guardado los caminos del Señor; todos sus juicios estaban delante de él y se había guardado de su maldad. (Versos 21-23) ¡Qué hombre! ¡Qué gigante de Dios en el Antiguo Testamento!
David repite que fue la recompensa del Señor conforme a su pureza ante los ojos del Señor. «Con el misericordioso te mostrarás misericordioso, y recto para con el hombre íntegro. Limpio te mostrarás para con el limpio.» Hay una gran seriedad en lo que sigue a continuación: «Y severo serás para con el perverso», o como está escrito en otra traducción: «El perverso induce al error.» (Salmo 18,25-26) En otras palabras, uno es guiado por el mal camino en el pensamiento, a sospechar y sacar conclusiones erróneas. Y sobre esta base uno mide y pesa y dibuja el desagrado de Dios sobre su vida, así uno nunca llega a conocer al Dios de David.
Para David todo era brillantemente claro. ¿Cómo puedo ver mis situaciones, mis semejantes, mis hermanos, a la iglesia, incluso a Dios? La mancha oscura que vemos en nuestras situaciones a menudo refleja una mancha oscura similar en nuestro propio corazón. Esto no fue así en el corazón de David, por eso Dios pudo unirse a él completamente en su gran poder.
Él fue llevado de victoria en victoria. «En cuanto a Dios, perfecto es su camino.» Salmos 18,30. En otras palabras, ninguna queja, ninguna insatisfacción.
El resto del salmo es un testimonio ejemplar de una victoria ininterrumpida, de destrucción total del enemigo. Utiliza expresiones más fuertes: desbaratar ejércitos, asaltar muros, perseguir enemigos hasta aplastarlos… Todo lo que es llamado enemigo es destruido, y el salmo termina con una alabanza a Dios, que había mostrado misericordia a su ungido, a David. Ninguna honra o medalla de victoria para sí mismo.
Dios no ha cambiado un milímetro durante todos estos años. Así como fue con David, así es contigo y conmigo, Él no es parcial.
Lo único que importa es cómo lo tenemos en nuestro corazón.
Todo el cortejo triunfal comenzó con: «Te amo, oh Jehová, fortaleza mía.» Salmos 18,1. Si esto es verdadero en nosotros, Dios mueve cielo y tierra por nuestra causa.
Extracto de un artículo publicado en la revista de la iglesia «Tesoros Escondidos» en febrero de 2009, bajo el título «Salmos 18».
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Escritura tomada de la Versión Reina-Valera 1960 © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas, 1988.