Promesas eternas para el que venciere

Promesas eternas para el que venciere

El galardón de vivir una vida eterna es indescriptible.

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Cuando el apóstol Juan experimentó la revelación en la isla llamada Patmos, Jesús le dio el mensaje para enviar a las siete iglesias. Cada uno de estos mensajes concluía con una promesa del galardón para el que venciere. Promesas gloriosas que nosotros, con nuestra comprensión y percepción humana, no podemos comprender plenamente.

Es muy importante que nos enfoquemos en el galardón que le pertenece a los que vencen, para realmente tener una visión de aquello por lo cual vivimos, y por qué vale la pena  que vivamos una vida de un discípulo. De modo que cuando nos encontremos en situaciones en las que sentimos «que estamos atribulados en todo» (lee 2 Corintios 4,8-11) y cuando sentimos que «somos afligidos en diversas pruebas», (1 Pedro 1,6) ¡entonces podamos realmente alegrarnos!

«Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse.» (Romanos 8,18)

Al que venciere

Por mencionar algunas de las promesas que Jesús da en Apocalipsis:

«Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios.» (Apocalipsis 2,7)

¡Vida eterna con el Padre y el Hijo!

«Al que venciere… escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo.» (Apocalipsis 3,12)

La Nueva Jerusalén es la esposa de Cristo (Apocalipsis 21,2.9-11). Al escribir sobre nosotros el nombre de Dios, el nombre de la Nueva Jerusalén, y su propio nombre nuevo, entonces Jesús nos reclama como suyos; es una confirmación de que formamos parte de Él y su Padre.

La suma de todas estas promesas es una rica eternidad.

«Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono.» (Apocalipsis 3,21)

¡Vamos a reinar con Jesús!

«El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo.» (Apocalipsis 21,6-7)

Una visión celestial

Nuestros ojos se desvían de valorar las cosas terrenales, porque esperamos algo mucho mayor. Cuando realmente creemos en la gloria del galardón que le espera a una fidelidad verdadera y probada, entonces nos llenamos de un espíritu de expectación. Entonces experimentamos que nuestro reino realmente no es de este mundo. (Juan 18,36) Nuestra vida se vive en justicia, mientras que con gozo esperamos el día que estaremos unidos a Jesús, y recibamos nuestro galardón eterno.

Y «galardón» no es una palabra lo suficientemente grande para lo que vamos a experimentar en la eternidad. Podrías buscar en todos los idiomas del mundo una palabra para describir lo grande que será, y nunca encontrar una que sea justa. Cuando creemos en esto se hace fácil tener por sumo gozo cuando nos hallamos en diversas pruebas (Santiago 1,2) ¡Piensa el resultado final que será!

«Las tribulaciones cortas y ligeras son, mas producen una gloria cada vez mayor, una gloria en abundancia.» (Del cancionero Caminos del Señor #179)

Como ser un vencedor

¿Qué tenemos que vencer? El pecado; los deseos de la carne, como Pablo escribe en Gálatas 5,24. «Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos.» ¿Y cómo lo vamos a hacer? Del mismo modo que lo hizo Jesús cuando estuvo en la tierra.

«Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.» (Hebreos 4,14-16)

Recibimos misericordia, gracia, y ayuda para resistir el pecado; para vencer.

Jesús venció cuando fue tentado al pecado, y nosotros también podemos vencer, si nos acercamos al trono de la gracia y clamamos en oración en el momento de la necesidad. Entonces recibimos misericordia, gracia, y ayuda para resistir el pecado; para vencer. De este modo recibimos un contenido en nuestras vidas que llevaremos con nosotros en la eternidad.

Vida eterna

La suma de todas estas promesas es una rica eternidad. Vida eterna allí donde no hay pecado, ninguna tentación. Donde experimentaremos nada más que bondad, paz, amor, alegría; todos los frutos del Espíritu que ya empezamos a degustar mientras estamos en la tierra. (Gálatas 5,22-25) Estaremos junto a todos aquellos que han vencido, por siempre en una eternidad que ni siquiera podemos imaginar.

«Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas.» (Apocalipsis 21, 2-5)

Qué futuro tenemos por delante – ¡qué esperanza! ¡Resiste! ¡No cedas! ¡Fija tu mirada en lo eterno! Debemos activamente vencer en nuestra propia vida. Sabes por qué galardón estás luchando; ahora sal y sé digno de este.

Escritura tomada de la Versión Reina-Valera 1960 © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas, 1988.