Perdonando el pasado y a la gente que me lastimó

Perdonando el pasado y a la gente que me lastimó

Un poderoso testimonio acerca del poder del perdón, y la cura que tenemos a través de la fe en la Palabra de Dios.

6 Min

Los recuerdos de la infancia prevalecen por el resto de la vida. Las imágenes que están en mi cabeza son vivas y tan claras como en el momento en el que las viví, tanto las buenas como las malas. La sensación de la arena bajo mis pies descalzos guiándome en un camino hacia una puerta que lleva a una infancia feliz: Una perfecta noche de atardecer de verano en mi bicicleta de 5 de velocidades que dejaba un rastro de polvo en el camino. Pero también los recuerdos oscuros están presentes – surgiendo en la superficie, los cuales son más prominentes y fuertes.

La tensión y el enojo no fueron cosas extrañas para mí. Desafortunadamente, la violencia, la ansiedad y el miedo se encontraban horrendamente presente. Los gritos eran frecuentes, y mi estado de “pelear o huir” estaba siempre listo.  

Las paredes de mi seguridad y confianza se derrumbaron, por lo tanto, también tenía miedo de Dios, pero no de una buena manera, el simple hecho de pensar en la venida de Jesús me aterrorizaba. Todo lo que veía era fuego, azufre y una fosa llena de lava. Mi reacción automática de cuando hacía algo mal siempre era: Dios ya se cansó de mí, Él está molesto conmigo, fin de la historia.

Cuando crecí, ya en mi edad adulta escuché a menudo el versículo en Jeremías 29:11 “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis.” Este versículo lo escuché tantas veces que ha venido a mi mente una y otra vez en tiempos difíciles, pero también me ha ayudado a cambiar mi forma de ver mi relación con Dios. 

Manteniendo una posición de perdón 

Cuando era adolescente, las relaciones tensas, las discusiones y la violencia habían alcanzado su apogeo en mi vida. Ya no lo soportaba, era suficiente. Me puse a cuestionar mi vida y mi existencia, miraba fijamente desde un puente – y por mi mente circulaban pensamientos suicidas, preguntándome: ¿De qué sirve esta vida?

No fue hasta que una persona muy cercana a mí me mostró amor verdadero y cuidado que fui capaz de abrirme y comenzar a sanar; también se me aconsejo perdonar.

En mi mente y mi corazón decidí perdonar el pasado, y a las personas que me dañaron muy profundamente. En aquel momento realmente no sabía lo que esto requeriría de mí, o el camino que seguía por delante, pero se convirtió en un momento crucial. Fue un pequeño comienzo, una decisión, la cual iba en contra de todo lo que yo sentía. Al mismo tiempo, quería revolcarme y sentir lástima por mí, las tentaciones a enojarme y a odiar eran muy fuertes, y venían sin parar. Mientras crecía, aprendí sobre el perdón: Jesús perdonó a los que le perseguían; Él no devolvió mal por mal, sino que respondió con bondad y misericordia: “Yo te perdono.” Es fácil decirlo, pero Dios constantemente me ayuda para mantenerme firme en mi decisión.

“Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial.” Mateo 6:14. Dios es misericordioso conmigo, ¿acaso no debería yo tener la misma misericordia por otros, inclusive con aquellos que me dañaron y me trataron injustamente? Yo estoy lejos de ser perfecta, y Jesús me ha perdonado aun cuando hice cosas malas. Tengo que pensar en estas cosas. 

Nunca quiero salir de la decisión que tomé de perdonar, y tampoco quiero dejar que entre la amargura. El sentir lástima por mí misma es algo que está muy arraigado. En muchas ocasiones quisiera gritar: ¿Por qué yo? ¿Por esto? Son muchos “Por qué.” A pesar de que es tan doloroso mirar atrás y cuestionar el porqué de mi infancia, he decidido creer en que Dios ha planeado mi vida perfectamente, y Él nunca se equivoca. Cuando llegue el final de mi vida, Dios podrá decir – ¡mira, ella lo logró! No hay excusas.

He podido ver a lo largo de la vida que Dios es increíblemente bueno. Pequeñas decisiones que se ven insignificantes pueden causar un gran impacto en nuestro camino. Dios me ha dado la gracia de evitar tomar malas decisiones. También creo que Dios tiene Su mano sobre mi vida y que muchos están orando por mí.

Orar es crucial 

Cada vez me doy más cuenta de la necesidad de orar; Orar para recibir fuerza – fuerza para mantenerme firme y no ceder ante los pensamientos oscuros, malos y tristes. Si me humillo a mí misma y oro, la tormenta pasará. Sé que así será. La tormenta siempre ha pasado. La Palabra de Dios puede ser una antorcha para mi alma. Mis sentimientos no son la verdad, y estoy aprendiendo a depender de Dios y no de mí misma. También estoy aprendiendo a no ceder a mis síntomas, emociones y sentimientos, recordándome a mí misma que “eso lo que son – son solo sentimientos” y no tengo que ser gobernada por ellos. ¡En ocasiones todo mi cuerpo se pone en mi contra, pero esto no tiene que cambiar mi anhelo! El anhelo que Dios ha puesto en mi corazón; Un anhelo de servirle, de ser bondadosa, y de perdonar.

El perdón está en marcha en mi vida. A mí no me toca juzgar, odiar o condenar a aquellos que se equivocaron conmigo. Depende de Dios, Él es justo. (Deuteronomio 32:4) Sin embargo, ¡de mí depende vivir mi vida en este tiempo presente! ¡Puedo ser el cambio de las generaciones que vienen después de mí! Tengo tanta esperanza por el futuro, y es porque le permito a Dios transformar mi vida de la forma en que soy. Nadie más tiene que pasar por lo que yo viví. “Soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.” Colosenses 3:13. Mi esperanza es que otros puedan recibir bondad, amor y misericordia de mí. Que sientan que son tratados con brazos abiertos, y por medio de ello puedan experimentar un pedazo del cielo. ¿Cómo soy cuando otras personas se encuentran conmigo? ¿Con quién se encuentran? ¡Quiero una transformación en mi vida!

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Escritura tomada de la Versión Reina-Valera 1960 © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas, 1988.