El verdadero peligro de vivir en un país corrupto
En medio de tanta frustración y resentimiento sobre el país en el que vivo, recibí una revelación muy importante: Orar por nuestro país es en realidad mi responsabilidad.
Corrupción, asesinatos, mala educación, mala economía, impunidad, secuestros, extorsiones y asaltos… son solo algunos de los términos con los que crecí escuchando.
Nací en un país donde se tiene que lidiar con una enorme cantidad de problemas todos los días. La pobreza y el crimen son algo común y algo de lo que se escucha todos los días. De hecho, recuerdo cuando tenía 10 años, me dieron toda una plática de lo que debería de hacer si un día me secuestraban. Fue muy difícil tener que pensar en eso a esa edad. Y obviamente, estos problemas traían miedo a todos los de mi alrededor, tanto en la escuela como en mi casa, pero también quejas e insultos contra el gobierno. Casi parecía que lo que todos trataban de decir es que todos los problemas son culpa del gobierno. Y creo que estaría mintiendo si dijera que no estaba de acuerdo.
Escuchar tan a menudo de gente siendo asaltada o abusada sexualmente me estaba causando muchísimo dolor, e hizo que comenzara a tener resentimiento y odio contra el sistema y el gobierno. Este dolor me hizo vivir en miedo, odio y quejándome de otras personas. No me gustaba para nada esta manera de pensar, pero no sabía qué hacer para cambiar la situación. Y para acabarla, incluso me asaltaron y robaron un par de veces.
La solución más fácil para mí era simplemente culpar al gobierno de todo, o a cualquier otra persona. Pero honestamente, eso solo me dio una especie de incómoda sensación de “paz” por lo que mi conclusión era: “Bueno, por lo menos yo no soy el problema.”
¿Y si sí soy el problema?
¿Yo, el problema? ¿Desde cuándo es mi culpa que la gente pierda su empleo o que les roben? ¡No tiene sentido! ¿verdad? Pero luego recordé lo que un hombre sabio dijo una vez: “Si le está yendo mal a tu país, solo mírate a ti mismo.” ¡Tiene razón! ¿Y si sí es realmente mi culpa? ¿La es? Bueno, voy a decir que soy solamente .01% del problema, eso sí lo puedo aceptar … ¿pero ahora qué hago?
“Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad. Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador.” 1 Timoteo 2:1-3.
Poco a poco me empecé a dar cuenta que yo era en realidad una parte más grande del problema. Pablo nos exhorta a hacer oraciones y rogativas por los que están en la autoridad, sin embargo, no lo estaba haciendo – no estaba contribuyendo a la oración por nuestro país. Tuve que examinarme muy profundamente y fue hasta que llegué a ese punto que Dios comenzó a hablarme: “¿Quién crees que va orar por el país? ¿Estás esperando a que los impíos oren? ¿Son ellos los que deben de orar? ¿De quién es entonces la responsabilidad de orar por el país?” Estas preguntas me abrieron los ojos, ya no era solamente .01% mi culpa, sino que yo era 100% el problema.
“¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites.” Santiago 4:1-3.
Cuando nos llenamos de pensamientos de acusación, juzgamos y nos enojamos con otros, ¿no somos igual o peores que los que estamos juzgando? Podemos pedirle a Dios que detenga todos los asesinatos y la infidelidad, ¿pero acaso no dijo Jesús que quien odia a su hermano es un asesino, y quien mira a una mujer para codiciarla ya adulteró con ella en su corazón? (Mateo 5:21-30). Tenemos que empezar por centrarnos en nosotros mismos y asimismo limpiar el mal que encontramos en nuestro interior. Cuando nos deshacemos completamente del resentimiento, el odio, el juzgar a los otros, los pensamientos impuros, etc.… comenzamos a trabajar con la solución de la raíz del problema – nuestro propio pecado y egoísmo.
Cuando llegamos a este punto podemos orar de una forma que es agradable a Dios: “Señor, dales sabiduría a las autoridades para dirigir el país justamente; ablanda los corazones de las personas para que puedan tener un mejor entendimiento del bien y el mal; cuida también de los niños y de las personas inocentes que sufren violencia.” No tenemos que decir exactamente al pie de la letra estas palabras, pero si permanecemos en el amor, Dios nos da exactamente las palabras y las cosas por las que debemos de orar.
Dios necesita personas que estén dispuestas a pelear en oración por nuestros países. “Busqué entre ellos alguno que levantara un muro y se pusiera en pie en la brecha delante de mí a favor de la tierra, para que yo no la destruyera, pero no lo hallé.” Ezequiel 22:30. [Trad. LBLA] ¡Nosotros podemos convertirnos en los que se ponen de pie en la brecha delante de Dios a favor de nuestros países! Esto lo hacemos, primeramente, empezando con nosotros mismos y luego tomando una batalla en oración, pidiendo que Dios tenga Su mano, sobre todo, y que haga lo mejor para nuestros países.
¡Alcemos nuestras manos y dejémoslas arriba!
¿Por qué no oramos por nuestro país? Por incredulidad – no creemos. En otras palabras, estamos basando nuestra fe en las cosas que vemos y escuchamos. Si nuestra fe es que “la corrupción, el crimen y la pobreza se están apoderando del país y nunca se acabarán”, entonces por supuesto nunca cambiarán las cosas. Pero ¿le he preguntado alguna vez Jesús y al Padre si podemos luchar juntos por el país? Si lo hacemos, entonces nuestra mentalidad cambia por completo y fe es derramada en nuestros corazones. Y de esta misma manera también recibimos la sabiduría de Dios y comenzamos a luchar.
No importa de qué país sea, tampoco importa si las cosas se ponen diez veces peor, tal vez al principio las cosas si empeoren, pero si me rindo y pierdo mi fe por el país, ¿quién va luchar por él? Debemos alzar nuestras manos y mantenerlas en alto aun cuando las cosas se vean “terribles.” La fe no depende ni se basa en lo que vemos y oímos, sino que es la convicción de lo que aún no vemos. (Hebreos 11:1).
En Éxodo 17:7-15 leemos un ejemplo muy claro de Moisés y los Israelitas peleando contra los amalecitas. En esta historia Moisés tenía que mantener las manos arriba, y siempre y cuando estuvieran alzadas Israel prevalecía en la batalla. Cuando sus manos se cansaron, Aarón y Hur tuvieron que apoyar uno de cada lado, y solo juntos permanecieron hasta que los amalecitas fueron derrotados.
¡Qué historia tan increíble! Dios no le dijo a Moisés: “Quédate ahí, no hagas nada y YO destruiré a los enemigos delante de tus ojos.” ¡No! Moisés tuvo que luchar junto con Dios y sus hermanos para prevalecer. Si hubieran perdido la fe en esa batalla, habrían perdido la lucha y los enemigos los habrían vencido. Ocurre exactamente lo mismo con nosotros en nuestro tiempo; si perdemos la fe por nuestro país, entonces también nos perderemos juntamente con él. Pero si nos ponemos de pie y luchamos con las manos en alto, vamos a tener un futuro maravilloso, ¿por qué? ¡Porque Dios lo ha dicho! ¡Nosotros creemos en el Dios vivo! ¡Un Dios que tiene todo el poder tanto en el cielo como en la tierra!
¡Alcemos nuestras manos y dejémoslas arriba! ¡Luchemos por el Señor en nuestros países! Dependemos completamente de Dios y solo las oraciones nos salvarán de todo el caos, la impunidad y la injusticia. ¡Si nosotros como cristianos vemos la responsabilidad que tenemos con esto y luchamos juntos, podemos hacer la diferencia!
Escritura tomada de la Versión Reina-Valera 1960 © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas, 1988.