No seas tan duro impidiéndole a Dios que se haga cargo de tu vida

No seas tan duro impidiéndole a Dios que se haga cargo de tu vida

Uno podía ver que algo me pasaba: «¡He! Este chico necesita ayuda.»

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Creo que muchas personas luchan con la mala imagen de sí mismo; muchas personas tienen baja autoestima.

Por mi parte, esto me costó bastante en mi juventud. Luchaba contra la baja autoestima y el desánimo que subía y bajaba como un yo-yo. Escuchaba la Palabra de Dios y quería ser un verdadero cristiano: uno que tuviera una vida en victoria sobre tales pecados como el codiciar a las chicas, querer se grande y admirado y el desánimo, etc. Anhelaba llegar a un lugar donde fuera inconmovible y no tan rápido afectado por todo alrededor. Pero, en realidad no creía que fuera a tener éxito. Pensaba: «Soy mucho peor que todos los demás. Mi naturaleza – todo me frustra, y simplemente no puede haber éxito para mí.»

Muy poca confianza en sí mismo

En la adolescencia era de algún modo el "alma de la fiesta" cuando estaba en casa. Pero, también era extremadamente tímido. Es decir, podía conseguir que todos rieran; podía hacer cosas divertidas alrededor de la mesa. Pero, si había hecho reír a todos mis hermanos y mi padre de repente me preguntaba: «¿Qué fue eso, Rolf? No escuche. ¿Qué dijiste?» entonces me sonrojaba. Me sonrojaba frente a mis propios hermanos. Y entonces comenzaba a tartamudear, y no podía repetir lo que había dicho. Terriblemente tímido. Muy poca confianza en sí mismo.

En realidad no creía que fuera a tener éxito. Pensaba: «Soy mucho peor que todos los demás.»

A menudo uno podía «quitarme raspando del suelo»; la vida era terrible para mí. Mucho acné. Me sentía feo… una nariz muy grande. Orejas grandes. En términos generales, era un tipo desgraciado. Y debido a una falta de fe en Dios, eran los sentimientos los que dirigían mi vida.

Miedo a dejarse llevar

Uno de mis hermanos me dijo una vez, «Cuando éramos jóvenes sabíamos de inmediato cuando entrabas por la puerta si sería una buena tarde en casa, o una bastante triste. Porque sabíamos al verte si estabas desanimado o no.»

Había crecido escuchando la Palabra de Dios, y quería llegar a esta vida que hablaban las Escrituras, una vida donde podía «tener todo por sumo gozo», o creer que «nuestra leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria.» Quería que estas palabras fueran verdad en mí, y no solamente algo sobre lo cual había leído y oído. Sin embargo, era guiado y controlado por mis sentimientos, y todo giraba en torno a «las cosas que se ven». Me tomó un tiempo empezar realmente a confiar en Dios y querer darle todo mi corazón. Tenía miedo a dejarme llevar. Tenía miedo de dejar que Dios tomara el control de mi vida. Tenía miedo del futuro.

Una fachada

Entonces traté de aparentar. Es decir, soy un tipo bastante grande, un tipo fuerte. Pero, por dentro de este caparazón de cuerpo fuerte había un chico increíblemente débil. Me sentía terrible. Me comparaba con todos a mí alrededor.

Tratan de encubrir su falta de confianza con un comportamiento grosero y teniendo una gran boca.

Creo que muchos jóvenes pueden sentirse identificados: Jovencitos tratando de elevar sus hombros, de verse fuertes, de caminar de un modo arrogante, todo por causa de la baja autoestima. Tratan de encubrir su falta de confianza con un comportamiento grosero y teniendo una gran boca. Pero bajo esta apariencia sólo hay miseria. Están solos y abatidos. Se sienten terribles. Sin embargo, construyen una fachada para protegerse de algún modo de la vergüenza de haber caído en el desánimo, de la vergüenza de ser débiles. Y en realidad tienen miedo de entregarle a Dios el mando.

Lo que me faltaba

Personalmente no encontré el gozo del evangelio en mi juventud. No recibí el «óleo de alegría» sobre mi vida. Pero, cuando vi correctamente los requisitos para obtener el óleo de alegría (Hebreos 1,9), vi que el problema no era el evangelio. El problema era que yo no estaba dispuesto a renunciar a todo, a confiar plenamente en Dios y dejar que tomara el mando. Me llevó un tiempo llegar a esto. La decisión la tomé finalizando mi adolescencia. Entonces realmente empecé a tomar una lucha contra mi propia naturaleza; mi propia falta de confianza en mí mismo. Tenía que hacer algo al respecto. O dejaba de tratar de vivir como un cristiano – lo que nunca sentí como una alternativa – o bien me dejaba caer en la voluntad de Dios: Reconozco que soy una persona débil que necesita ayuda. Dejaré de fingir que soy otra persona.

Reconociendo mi llamado

Está escrito en 1 Corintios 1,26-28, «Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es…»

Y qué hay de mí. «El feo de mí. El malo de mí. El pobre de mí.» Todo esto. Tuve que rechazar conscientemente estos pensamientos y elegir creer que Dios obraba en mí tanto el querer como el hacer.

Definitivamente estaba entre aquellos que no eran sabios, ni poderosos ni nobles. Pero, Pablo dice: Pues miremos nuestra vocación. No somos muchos sabios. Ni muchos poderosos. Pero lo necio del mundo escogió Dios, lo débil, lo vil para avergonzar a los sabios. Ahí es donde estaba. Uno podía ver que algo me pasaba: «¡He! Este chico necesita ayuda.» Y lo sentía. Sin embargo, cómo yo me sentía no cambiaba el hecho de que Dios me había escogido. Tuve que aferrarme a mi llamado; tuve que creer que Dios me había escogido y que podía hacer algo en mi vida.

Y qué hay de mí. «El feo de mí. El malo de mí. El pobre de mí.» Todo esto. Tuve que rechazar conscientemente estos pensamientos y elegir creer que Dios obraba en mí tanto el querer como el hacer. Tuve que dejar de murmurar y quejarme sobre quién era, y sobre mi falta de esto y lo otro. Porque en realidad esto era incredulidad. Era incredulidad de que Dios podía hacer algo en mí.

«¡Nunca más!»

Entonces me decidí: «¡Nunca más!» Tomaría una lucha contra todos estos pensamientos desalentadores y autodestructivos. No viviría más como un hombre con desánimo, derrotado por el pecado.

Esto no significa que no ha habido luchas. He sido tentado muchas veces, severamente tentado al desánimo. Porque está en mi naturaleza. Pero puedo decir que he luchado. Y he luchado duro. Muchas veces he caído de rodillas, sin más fuerzas. ¡Sin embargo, decidí que no iba a ceder! Dejaría que Dios guiara mi vida y creería de todo mi corazón que Él me había escogido, a pesar de lo que yo sentía.

Con esto pude dejar que mis hombros bajaran otra vez a la posición normal, en lugar de tratar de hacerlos más anchos. Pude poner mi fe y confianza en Dios.

Él creó algo

Recuerdo una vez en mi juventud, mientras conducía mi auto. Era muy loco, y aceleré lo más rápido que pude, y pensé realmente apuntar a un poste o algo que pudiera poner fin a esta vida desgraciada. Pasé de esto a ser un hombre que Dios ha ayudado cada día de mi vida, independiente en qué situación me encuentre. Me he vuelto un hombre feliz, con hijos y nietos que, por la gracia de Dios, nunca verán a un padre o abuelo que está abatido.

Tengo una gran confianza de que Dios ha decidido hacer algo. Se decidió por hacer una obra en mí, y yo lo dejé. En realidad, esto es muy simple.

No puedo decir necesariamente que hoy día tengo mucha más confianza en sí mismo que antes. Pero tengo una enorme fe en mi llamado. Tengo una gran confianza de que Dios ha decidido hacer algo. Se decidió por hacer una obra en mí, y yo lo dejé. En realidad, esto es muy simple. Se decidió a hacer algo fuera de mí. Bueno, siendo Él el Maestro de toda la creación… Él dijo: «¡Sea la luz!» y fue la luz, a pesar que no había ningún electricista o cables en ese momento… lo que quiero decir es que Él creó algo. Y también puede crear algo en un ser humano, que se siente miserable, que tiene baja autoestima; Él puede crear algo que es eterno.

¡Dios también obra en ti!

Y cuando pienso en especial en los jóvenes, sólo quiero decir: No seas tan duro impidiéndole a Dios que se haga cargo de tu vida. Porque dentro de esa coraza dura por lo general hay un hombre débil, asustado de la vida, con miedo del futuro y de las decisiones que se tienen que tomar. No permitas que una fachada fuerte arruine tu futuro. ¡Por el contrario, reconoce tu debilidad y trabaja en la fe en Dios! Y no pienses tanto en el pasado – no pienses en la miseria del pasado y que tu mente se detenga en esto, de modo que tu futuro también se arruine. Deja que el pasado quede en el pasado. Y cree que Dios ha obrado en ti tanto el querer como el hacer.

Él ha obrado esto en ti tanto el querer como el hacer. ¡Así que hazlo!

Anhelas hacer el bien, ¿verdad? ¡Pues es Dios quien ha obrado esto en ti! Esta voluntad de querer hacer el bien no es hecha por el hombre. Sólo lee en Romanos 3,10-18, y reconoce que esta es la verdad sobre ti mismo. Si sientes y realmente crees que tú en lo más mínimo eres uno de ellos, e igualmente sientes el anhelo de hacer el bien, entonces puedes estar seguro de que es Dios quien lo ha obrado, esta voluntad de hacer el bien. Y Él ha obrado esto en ti tanto el querer como el hacer. (Filipenses 2:13) ¡Así que hazlo! Hazlo en fe de que Dios lo ha obrado en ti. Hazlo en ésta confianza – llámalo confianza en sí mismo, es lo mismo para mí – pero hazlo con una seguridad de que es Dios quién está obrando. ¡Él quiere hacer algo sorprendente en tu vida! Pon tu confianza en él.

Escritura tomada de la Versión Reina-Valera 1960 © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas, 1988.