"No es mi culpa"
Para la mayoría de las personas culpar a los demás es tan natural como el respirar.
¿De quién es la culpa entonces? Para la mayoría de las personas culpar a los demás es tan natural como el respirar, e independiente de lo que suceda, lo más importante es que mi reputación se mantenga intacta.
Sentado en mi escritorio pienso en un verso que escuché recientemente en 1 Corintios 11:31, "Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados."
Para las personas es una reacción natural juzgar o culpar a los demás de cualquier cosa. Esto lo podemos ver desde Adán, cuando Dios le preguntó lo que había hecho; él no solo culpó a Eva, también culpó indirectamente a Dios. ("La mujer que me diste por compañera me dio del árbol…" Génesis 3:12)
Mi “buena“ reputación
Pensando en el pasado, enrojezco de vergüenza al pensar en todas las veces que yo he hecho lo mismo. He utilizado mucho tiempo y fuerzas defendiéndome a mí mismo, y culpando a los demás. Da la sensación que las excusas se daban por sí mismas: "¡No es mi culpa! ¡Yo no era el responsable de eso!… Para ser sincero, desde un principio estuve en desacuerdo…"
¿Por qué soy así? Me di cuenta que nunca he sido tentado a renunciar a mis responsabilidades cuando las cosas van bien. Sin embargo, ¿por qué trato de desligarme de mis responsabilidades cuando las cosas no salen como lo planeado? Hay solo una respuesta para esto. Como seres humanos, nacemos con una carne que es muy orgullosa, que no admite su error frente a los demás. Cada vez que mi reputación está en juego, los deseos de mi carne se manifiestan, y soy tentado a mentir, engañar y culpar a los demás.
Admitir y juzgarme a mí mismo
¿Existe una solución? ¿Juzgarme a mí mismo? Quizás suena algo negativo, pero si soy una persona que nunca puede admitir que ha hecho algo mal, o que podría haber hecho algo mejor, entonces se vuelve muy difícil para los demás estar cerca de mí. ¡No quiero ser así! Si mi anhelo es cambiar, tengo que hacer algo al respecto, porque no sucederá por sí solo.
Si me juzgo a mí mismo, y reconozco mis errores y faltas, ¿qué sucede entonces? Si me niego a la tendencia de culpar a los demás, podré ver más del pecado que mora en mi carne. Toda la intranquilidad que siento en las situaciones provienen directamente de mis deseos, y nunca a causa de las acciones de los demás. ¡Veo que hay suficiente con que tratar en mi propia naturaleza, sin la necesidad de culpar a los demás!
Esto no me hará solamente más gentil y amable con los demás, pero Dios también ve esto, y Él "pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad." Romanos 2:6-7.
Escritura tomada de la Versión Reina-Valera 1960 © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas, 1988.