"Mi mal humor tenía su raíz en el egoísmo"
Siempre he sido una persona con mal humor. Llegué al punto en el que casi aceptaba que yo era así y no podía cambiar.
¿Desde que recuerdo, he tenido un temperamento muy desagradable. Cuando era niña solía enojarme, gritar, llorar y correr a mi habitación cerrando la puerta cuando las cosas no se hacían como yo quería, o cuando no lograba salirme con la mía. En ocasiones, se sentía como si mi sangre estuviera hirviendo dentro de mí. Este carácter continuó conmigo en mi adolescencia.
¿Voy a tener siempre un mal temperamento?
Cada vez que me ponía de mal humor me sentía profundamente arrepentida por cómo había reaccionado, ya que no pensaba en las consecuencias y en el efecto que causaba en los que me rodeaban. Lo odiaba. Para mí era muy pesado ser así, y me sentía culpable y triste porque no podía controlarlo.
El momento más común en el que regularmente me ponía de mal humor era temprano en la mañana. Con tres hijos muy activos, siempre hay prisa para salir de casa. Casi todas las mañanas terminaba en el auto dándome cuenta de que estaba enfadada y de mal humor; una y otra vez.
Comencé a preguntarme si solo tenía que resignarme al hecho de que tenía un mal temperamento y de que así simplemente era yo. Simplemente no sabía qué hacer para cambiar.
Un gran descubrimiento
Más adelante, después de una de esas mañanas agitadas comprendí algo muy importante. Ese mismo día por la mañana tenía solo 45 minutos para darle de comer a mis hijos, vestirlos, preparar lonches y comer mi desayuno. Mientras hacía todo de prisa y pedía a mis hijos que se prepararan, llegué a un punto en el que me sentí muy desanimada porque siempre había sido la misma; siempre iba a ser esa madre malhumorada. Me sentí impotente contra mis propias reacciones. No entendía porque simplemente no podía guardar la calma y ser amable con mis hijos, incluso en medio de todo el caos.
Después de dejar a mis hijos en la escuela todavía sentía ese mal humor dando vueltas como normalmente, esperando a que me enojara otra vez. Fue en ese instante en el que descubrí que nunca había orado a Dios por mi mal temperamento. Oro por otras cosas; pido ayuda en otras situaciones, pero nunca le había pedido ayuda con mi mayor lucha. Dios era el único que me podía ayudar. Darme cuenta de eso, fue algo muy doloroso. Intenté con todas mis fuerzas luchar contra mi carácter, ser una buena madre y una buena esposa, pero nunca pensé en pedirle ayuda a Dios por algo tan simple.
Oré a Dios en mi auto y lloré. Le pedí que me mostrara mi propia ira y que me ayudara a cuidar mi boca para que no reaccionara a través de mis sentimientos.
Tomé mi celular después de orar para usar la aplicación de la Biblia en mi teléfono y Dios me mostró Efesios 4:31, “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia.” y Eclesiastés 7:9 "No te apresures en tu espíritu a enojarte; porque el enojo reposa en el seno de los necios."
Encontré muchos versículos donde Dios habla de desechar la ira – que es mejor el que tarda en airarse que el fuerte (Proverbios 16:32); que un hombre iracundo promueve contiendas, pero el que tarda en airarse apacigua la rencilla. (Proverbios 15:18).
La raíz del problema
Tuve que pensar acerca de qué era lo que me ponía de mal humor. Y llegué a la conclusión de que todo era egoísmo. Fue difícil admitirlo, especialmente para una madre que sentía que solo estaba tratando de hacer lo mejor para sus hijos. La razón por lo cual me estaba enojando era porque las situaciones no salían como yo quería que salieran: mis hijos no hacían lo que les decía que hicieran, las cosas cambiaban de último momento o alguien me ofendía con sus palabras. Todas estas eran razones muy egocéntricas. Vi que yo quería controlar mi vida en lugar de dejar que Dios tuviera el control. También me di cuenta de que cada vez que hablaba con dureza, o me malhumoraba, era cierto lo que está escrito; que la ira “promueve contiendas.” Esto hizo que mis hijos fueran aún más tercos y se creara inquietud, caos y miedo en el hogar.
Estoy tan agradecida de que Dios respondió mi oración y me mostró por qué tenía un mal temperamento. Sin embargo, mi mal humor no desaparecerá solo, pero ahora tengo armas con las cuales luchar.
Una nueva esperanza
Sé que Dios está de mi lado, y si siento que la ira se eleva dentro de mí, cierro los ojos y en ese momento ruego a Dios que me ayude a desecharla. Dios abre mis ojos para escuchar en ese instante lo que Él habla en mi corazón, eso hace que pueda hablarles suavemente a mis hijos y a todos los que me rodean. Puedo odiar el egoísmo que ocasiona que me enfade con las situaciones u otras personas.
Si amo a mis hijos como Dios me ama, no reaccionaré con enojo ni gritos. Si soy un discípulo de Jesús debo llegar a ser como Él, y debo tratar a los demás, tal cual como Él los trataría. Él trataba a las personas con paciencia y amor, y no se enojaba ni decía lo primero que se le ocurría. No, era callado y manso, solo hablaba lo que Dios le decía que dijera en su corazón. Puedo ser firme, pero debo hablar y reaccionar con amor, tal y como lo hubiera hecho Jesús.
Hoy en día vivo consciente de mi temperamento y puedo darme cuenta rápidamente cuando soy tentada a enojarme. Cuando esto ocurre, oro de inmediato por ayuda para no reaccionar de acuerdo a mi instinto, para ser más como Jesús; el cual fue paciente y amable, y hablaba en voz baja a todos, sin importar en qué situación se encontraba.
Escritura tomada de la Versión Reina-Valera 1960 © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas, 1988.