Las tres cruces en el Calvario: ¿Qué significa cada una?

Las tres cruces en el Calvario: ¿Qué significa cada una?

Tres hombres fueron crucificados en Viernes Santo. ¿Quiénes eran?

Tres cruces - tres hombres diferentes 

Había tres cruces en el Calvario el día en que Jesucristo fue crucificado.

“Y cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, le crucificaron allí, y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda.” Lucas 23:33.  

No fue por casualidad que Jesús fuera crucificado con dos malhechores. Isaías lo había profetizado: “Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores.” Isaías 53:12. 

El primer hombre 

“Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo [Mesías], sálvate a ti mismo y a nosotros.” Lucas 23:39. 



Este malhechor representa al mundo que quiere ser salvo, pero sin reconocer el juicio: Si tú eres el Mesías, quita entonces el juicio; déjanos escapar y ven con nosotros. Muéstranos lo que puedes hacer. Si eres un cristiano, entonces debes complacerme y satisfacer mis exigencias. Si eres el Mesías, entonces sube a Jerusalén para la fiesta y muéstrate al pueblo; lánzate desde el pináculo del templo y ordena que las piedras se conviertan en pan. Muestra tu gloria y tus talentos para que la gente pueda ver y comprender realmente que el Mesías está entre nosotros. Este es el tipo de Mesías que el mundo desea, y un día su deseo se cumplirá en el Anticristo.

Sin embargo, la misión de Cristo no era dejar que el mundo escapara del juicio ni tampoco realizar señales y milagros en presencia de la bestia y así ganarse su aprobación. Él vino a crucificar al mundo y a llevarlo a la muerte, para que todo el que muera con Él reciba la vida.

El malhechor estaba colgado en la cruz. Podía blasfemar todo lo que quisiera, pero estaba condenado a muerte, y los clavos de la cruz sujetaban firmemente su presa. De esta misma forma el mundo también está crucificado, porque consideramos que si uno está crucificado por todos, todos estamos crucificados; y si uno murió por todos, luego todos estamos muertos. El Espíritu trae consigo convicciones sobre el juicio que ha de venir, porque el príncipe de este mundo ya ha sido juzgado. Estas convicciones son los clavos que una persona impía nunca podrá arrancar de su corazón. El mundo puede intentar – como lo hizo el malhechor– salvar su vida, pero no lo conseguirá, sino que la perderá.

El segundo hombre 

“Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo.” Lucas 23:40-41. 

El primer malhechor quería salvarse sin ser juzgado. El segundo ladrón, sin embargo, estaba dispuesto a sufrir por las malas acciones que había hecho según la carne para poder liberarse de ellas en la eternidad. Puso su carga de pecado en Aquel que cargó con los pecados de todo el mundo, y recibió la certeza de que estaría con Jesús en el Paraíso.

El primer malhechor tenía el pecado en él y residía sobre él, y lo mismo ocurrió con el segundo ladrón. Sin embargo, este último fue liberado de su carga de pecado mediante el reconocimiento y el juicio. Ya no había condenación para él. Quedó limpio de lo que había juzgado en sí mismo. No obstante, no se libró de sus pecados en el interior. Él representa a las personas que están limpias de sus pecados, pero que no desean nada más.

El tercer hombre 

El tercer hombre se trataba nada menos que de Jesús mismo. El primer malhechor injurió a Jesús, pero Él no le respondió, fue el segundo malhechor quien respondió por Él. También hoy en día Dios ha salvado a malhechores que pueden responder a todas las preguntas del mundo sobre Jesús, refutar sus argumentos y desviar sus burlas de otras personas. Jesús, sin embargo, no les responde ni una sola palabra a los que injurian. Pero sí responde al segundo malhechor con un juramento: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.” Lucas 23:43.

El tercer hombre se trataba nada menos que de Jesús mismo. El primer malhechor injurió a Jesús, pero no le respondió, sino que el otro respondió por Él. También hoy, Dios ha salvado a ladrones quienes pueden responder todas las preguntas del mundo sobre Jesús, refutar sus argumentos y hacer a un lado sus burlas. Jesús, sin embargo, no les responderá ni una sola palabra. Pero sí le responde al segundo ladrón con un juramento: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.” Lucas 23:43. 

Jesús no solo llevó nuestros pecados en su cuerpo al madero, también llevó el pecado en Su cuerpo. Fue hecho pecado por nosotros, pero allí Dios condenó el pecado en Su carne. (Romanos 8:3). Cuando esta obra fue consumada, Él encomendó Su espíritu. Era imposible que la ley juzgara el pecado en la carne, porque todo el pecado que comete el hombre está fuera del cuerpo. Sin embargo, ahora Dios hizo lo que era imposible para la ley: Condenó el pecado en la carne de Cristo. Todo el que ahora quiera salvarse del pecado que habita en su interior debe tomar su propia cruz cada día. El ladrón fue salvado de sus transgresiones, pero no llegó a ser partícipe de la naturaleza divina. Jesús no tenía la naturaleza de los ángeles; Él era de la descendencia de Abraham. (Hebreos 2:14-18.) Esto fue para que Él pudiera destruir el pecado en el cuerpo y en su lugar plantar la plenitud de la deidad, que ahora mora en Él corporalmente.

No hay condenación por el juicio que tiene lugar en el cuerpo sobre el pecado en nuestra naturaleza, porque tiene lugar dentro del cuerpo. Sin embargo, Pedro escribe sobre esta salvación: " Si el justo con dificultad se salva..." 1 Pedro 4:18. Existe un crecimiento del cuerpo, una salvación del cuerpo y un juicio del cuerpo, y cada uno será recompensado según lo que haya hecho con su cuerpo.

Dios lo hace todo para que haya dos resultados. Él provee una salvación externa a través de Jesucristo y también nos proporciona una salvación exterior y una interior a través de Él mismo. Sin embargo, los enemigos de la cruz de Cristo se oponen a esta salvación interior, y como el ladrón, se conforman con el perdón de los pecados.

Así no es con la esposa de Cristo. Ella quiere ser partícipe de Su santidad y ha asumido el costo. Ella es carne de su carne y hueso de su hueso. Está dispuesta no solo a compartir el gozo con su Esposo, sino también a sufrir y morir con Él, y no solo morir a la maldición de la ley, sino morir a la naturaleza de Adán en el cuerpo.

Escritura tomada de la Versión Reina-Valera 1960 © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas, 1988.