Las personas o Dios: ¿A quién trato de agradar?
Un testimonio sobre vivir ante el rostro de Dios.
Siempre he sido una persona muy trabajadora y de naturaleza activa. Pero, ¿por qué sentí una constante intranquilidad y presión de mostrar el mejor desempeño posible cuando conseguí mi primer trabajo? ¿Cuáles eran en realidad mis motivos tras esa buena ética de trabajo?
Dejar una buena impresión
Me siento en el trabajo.
Termino mi trabajo antes del plazo. Todos tienen que saberlo.
Me equivoco. Trato de ocultarlo.
Mi jefe entra en la oficina. De pronto comienzo a trabajar mucho más rápido.
Las primeras semanas en mi primer trabajo fueron más o menos así. Al igual que la mayoría de la gente, quería dejar una buena primera impresión. Trabajaba duro y aprendía lo más que podía, lo más rápido que podía.
Pero no pasó mucho tiempo antes de que pensamientos como: "Si trabajo realmente duro, entonces deberían notarlo," y: "¿Saben realmente todo el trabajo que hago?" "Mi buen trabajo" comenzó a contaminarse por estos pensamientos orgullosos y mi alegría a depender de recibir elogios por el trabajo que hacía.
El reconocimiento por mi trabajo se había convertido rápidamente en una necesidad. La gente tenía que apreciarme.
Nunca satisfecha
Con el paso del tiempo, me volví cada vez más infeliz. Utilizaba mi tiempo en analizar cómo los demás reaccionaban conmigo. Esto creó una presión e intranquilidad en mi interior que sólo parecía crecer cada vez más. Mientras mejor hacía mi trabajo, más elogios necesitaba. Nunca estaba satisfecha.
Antes solía utilizar el tiempo de viaje desde y hacia el trabajo para orar por los demás. Pero ahora estaba llena de pensamientos sobre mí misma y cómo los demás podían darse cuenta de mí. Me había vuelto completamente egocéntrica. Quería hacer el bien, pero estaba siendo absorbida por pensamientos sobre mí misma. Cuando miro ahora hacia atrás, puedo ver que en medio de todo este duro trabajo, mi vida giraba en torno a mí misma, mi nombre y mi honor.
"Como para el Señor"
Un domingo, mientras estaba sentada en la reunión, mis pensamientos volvieron a su tema favorito: Yo. ¿Qué iba a hacer y decir el lunes por la mañana? Era importante para mí recibir el reconocimiento que "merecía." El hermano que anunciaba la palabra citó un versículo, "Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres." Colosenses 3:23. Cuando leyó el versículo, rápidamente volví a la realidad. De pronto me di cuenta. ¡Como para el Señor y no para los hombres! ¡Esa es la clave!
¿Dónde había estado Dios en todos estos pensamientos y todo el trabajo que había realizado? ¿A quién estaba realmente sirviendo?
Trataba de "trabajar duro", pero Dios había desaparecido completamente de la escena. Vivía sólo frente a los hombres. Aunque todo parecía estar tan bien exteriormente, no había ninguna vida interior con Cristo. No tenía ninguna paz en mi interior.
Todo para la gloria de Dios
Fue entonces cuando tomé la decisión: En todo el trabajo que haga, y en todas las situaciones que entre; voy a elegir servir a Dios. Yo vivo frente a su rostro. No quiero dejar que los complejos y pensamientos sobre lo que los demás piensan de mí determinen lo que hago y cómo actúo. Yo vivo para Dios. Si hay alguna gloria por causa de algo que he logrado, entonces es Dios es el que tendrá la gloria. "¡Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios!" 1 Corintios 10:31.
Sólo unos momentos pasaron y un pensamiento apareció: "Mañana todos verán una nueva Ellie." Tan pronto vino este pensamiento me di cuenta que todavía estaba siendo conducida por mi propio orgullo, y lo rechacé inmediatamente. No estuve de acuerdo con este pensamiento. Sabía lo que quería. Anhelaba vivir completamente para Dios. 100%. No tiene ninguna importancia si mis colegas se dan cuenta de alguna diferencia o no. Oré a Dios por fuerza, de modo que estos pensamientos de orgullo y ambición no tuvieran más poder sobre mí.
La batalla contra la búsqueda del honor había comenzado.
Cuando estos pensamientos tratan de colarse dentro de mí, ahora sé que puedo optar por no escucharlos. Es cierto, los pensamientos siguen llegando, pero puedo negarme a que permanezcan. Puedo rechazarlos y a cambio llenar mi mente con buenos pensamientos. Entonces de pronto tengo tiempo para pensar y orar por los demás nuevamente.
Ser libre de las personas
¿Y ahora?
Me siento en el trabajo.
Termino mi trabajo antes del plazo. Sigo feliz con la siguiente tarea.
Me equivoco. Me humillo a mí misma y reconozco el error.
Mi jefe entra en la oficina. Sigo con mi trabajo.
Cuanto más sigo haciendo esto, más paz tengo en mi interior. La vida se vuelve tan simple. Si Dios está contento, entonces yo estoy contenta. Mientras lo que haga sea agradable a Dios, no tienen ninguna importancia si recibo o no elogios de las personas. Lo que los demás dicen o piensan de mí no tiene que tener ninguna incidencia en mi felicidad. Soy libre de ello.
Sé lo pesada que se puede volver la vida cuando vivo frente a otras personas y no frente a Dios. Pero, también sé que hay un camino para salir de esta pesada vida, un camino a la vida y paz. ¡Doy gracias a Dios que he encontrado este camino!
Escritura tomada de la Versión Reina-Valera 1960 © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas, 1988.