La ley: Su propósito y sus limitaciones
La ley en el Antiguo Pacto tenía un propósito y bendecía a los que la cumplían. ¿Aplica la ley también en el Nuevo Pacto? ¿Qué deberíamos considerar de ella en nuestros días?
La ley del Antiguo Pacto – el conocimiento del pecado
“Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa … la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe.” Gálatas 3: 19,24.
Por medio de la ley recibimos conocimiento del pecado. Pablo testifica que no conocía el pecado sino por la ley, y que ese pecado por el mandamiento llegó a ser sobremanera pecaminoso. (Romanos 7: 7,13) Pero justamente ese profundo conocimiento del pecado lo guió a Cristo y a la revelación de que él estaba crucificado juntamente con Cristo. “Porque yo por la ley soy muerto para la ley, a fin de vivir para Dios. Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.” Gálatas 2: 19-20.
Una sombra de lo que ha de venir
La ley en el Antiguo Pacto no podía transformar a las personas en el interior. Solamente era capaz de tratar con el fruto del pecado, los pecados que ya se habían cometido, pero no tenía poder para tratar con la raíz del pecado, los deseos de la carne. (Romanos 8:3) La ley decía por ejemplo, "no cometerás adulterio" (el fruto del pecado), pero Jesús dijo: “Que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla [la raíz del pecado], ya adulteró con ella en su corazón.” Mateo 5: 27-28. Esa codicia, o deseo, es la raíz del pecado. Ceder ante ella lleva fruto (el acto mismo del adulterio).
Jesús estaba hablando de una forma diferente de la justicia aquí, donde se condenó la misma raíz del pecado, y no tan solamente el fruto que surge por haber cedido ante esos deseos pecaminosos. La ley del Antiguo Pacto también decía: “No codiciarás…”, pero no tenía poder allí, por eso cada año se tenían que hacer sacrificios para expiar las transgresiones de la ley. De esa forma la gente podía recibir perdón por sus pecados.
El Nuevo Pacto: ¡Toda la voluntad de Dios!
Cuando Cristo vino al mundo dijo: “Sacrificio y ofrenda no quisiste; mas me preparaste cuerpo … He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí.” Hebreos 10: 5,7. Después leemos: “y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último. En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre.” Hebreos 10: 9-10. Aquí podemos ver cómo Jesús estableció el Nuevo Pacto – el cual es hacer toda la voluntad de Dios. La ley solamente era una parte de la voluntad de Dios, solamente una sombra de las cosas venideras, pero la sustancia (el cuerpo) es de Cristo.
Cristo vino al mundo con un cuerpo como el nuestro, y por medio del poder del Espíritu eterno presentó ese cuerpo como un sacrificio vivo para Dios, y llevar a cabo toda la voluntad del Padre. Ahora, todos los que han sido bautizados en el cuerpo de Cristo también pueden presentar sus cuerpos por medio del mismo Espíritu para hacer toda la voluntad de Dios. Tienen poder a través del Espíritu para llevar a la muerte los deseos en su carne, así como lo hizo Jesús. Al negarse a sí mismos y tomar su cruz, siguiendo a Jesús, entran en los padecimientos de Cristo. Estos padecimientos terminan con la raíz misma del pecado, y de esa forma llegan a una vida en victoria y transformación interior.
Pablo, a pesar de que trató lo mejor que pudo de guardar la ley con todas sus fuerzas, no lo logró. Pero cuando “murió” de forma que Cristo fue su vida, el propósito de la ley se había cumplido en la vida de Pablo. La ley existe para los transgresores, pero ahora el transgresor ha muerto; ha sido liberado de la ley, por haber muerto para aquella en que estaba sujeto, de modo que ahora servirá bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra (la ley). (Romanos 7:6) Es por ello también es que ahora ya no se trata de obedecer a la ley, sino de obedecer las leyes del Espíritu de vida en Cristo Jesús; Las cuales son los mandamientos de Jesús y sus apóstoles escritos en nuestros corazones por el Espíritu Santo.
Promesas terrenales – y promesas eternas
La ley del Antiguo Pacto tenía promesas terrenales. Si el pueblo de Israel se esforzaba en guardar la ley y sacrificaba los sacrificios requeridos por sus transgresiones, entonces Dios les prometía que iba a bendecir sus circunstancias terrenales. Pero todas las promesas de Dios tienen su Sí y Amén en Cristo. Y todos los que están en Él, los miembros de Su cuerpo, participan de esas promesas. Dios ha prometido que se va a encargar de todas nuestras necesidades terrenales, y nos ha dado las más preciosas y grandísimas promesas: que participemos de Su naturaleza divina, para que seamos hijos y herederos de Dios, y coherederos de Cristo. Si echamos mano de esas promesas así como Pablo lo hizo, entonces estimamos todos nuestros padecimientos como no comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. (Romanos 8: 16-18).
Escritura tomada de la Versión Reina-Valera 1960 © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas, 1988.