El poder purificador de la sangre de Jesús
¡La sangre de Jesús tiene un doble poder de purificación! Lee cómo en este esclarecedor artículo
Limpieza por la sangre de Jesús
¡La sangre de Jesús tiene un doble poder de purificación! Esto es claramente evidente cuando leemos 1 Juan 1:7-9: “Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.”
La primera parte: Limpieza por pecados cometidos
La primera parte consiste en ser limpiados de los pecados que hemos cometido. Esto se menciona en 1 Juan 1:9: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos…” La condición para recibir perdón, en este tipo de limpieza, es: confesar el pecado que hemos cometido, o, en otras palabras, confesar que hemos caminado en las tinieblas (hemos cometido obras de las tinieblas). Este es el perdón de los pecados que quita toda condenación. Es una limpieza y/o purificación que ocurre en un instante. Si más tarde cometemos un pecado, no seremos acusados o rechazados, sino que seremos defendidos por Jesús, quien es la propiciación por nuestros pecados y nos perdonará de nuevo si lo confesamos delante de Él (1 Juan 2:1-2). Sin embargo, la intención es que no pequemos más, sino que vivamos una vida completamente victoriosa. (1 Juan 3:6-10).
“Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo…” 1 Corintios 6:18. Por tal motivo, podemos decir que nuestro cuerpo es contaminado exteriormente cuando cometemos un pecado. Así que, podemos usar la expresión que se aplica en Hebreos 10:22 cuando hace referencia al perdón los pecados: “lavad vuestros cuerpos con agua pura.” Esto corresponde a la primera parte del agente limpiador que fluyó del costado de Jesús mientras colgaba en la cruz del calvario (Juan 19:34). El agua que se derramó del costado de Jesús era una parte de la sangre, una parte del agente limpiador, designada para ser una de las 2 partes de la purificación.
Así como nosotros en lo natural somos limpiados exteriormente con agua e interiormente con sangre, también la primera parte de la sangre de Jesús (la cual Juan llamó “agua”) corresponde a un tipo, a la limpieza (purificación) exterior y/o también conocida como perdón de los pecados.
La segunda parte: Limpieza en el interior
La segunda parte es para ser limpiados en el interior, a esto también se le conoce como santificación y es un proceso que dura toda nuestra vida.
Esta parte del poder purificador de la sangre de Jesús es mencionada en 1 Juan 1:7-8. Desafortunadamente, es menos conocida. Por lo general la gente suele tomar el versículo 7 para indicar el perdón de los pecados, pero si en ese versículo se toma en contexto el perdón de los pecados, no tiene ningún sentido.
El requisito para esta segunda limpieza o purificación es completamente diferente a la primera – al perdón de los pecados. El requisito para la segunda purificación es: ¡andar en la luz, así como Dios está en la luz! Esto quiere decir que no cometemos las obras de las tinieblas, o en términos más simples, que no cometemos pecado. Es fácil entender que, si andamos en la luz, así como Él está en la luz, entonces no cometemos pecado y por lo tanto no necesitamos el perdón de los pecados.
La limpieza de la cual se habla en 1 Juan 1:7 y que necesitamos cuando andamos en la luz – cuando no cometemos pecado – debe ser inevitablemente un tipo de limpieza diferente a la limpieza que se mencionó al principio. No es una limpieza por el pecado que hemos cometido, sino del pecado que tenemos. No es una limpieza de todos los pecados que un hombre puede cometer – el pecado que está fuera del cuerpo – sino una limpieza de (donde hacemos morir) el pecado que está dentro de nosotros, dentro de nuestro cuerpo, el pecado que mi consciente “yo” no ha llevado a cabo (Romanos 7:17), el pecado en el que mi mente no participó, es el pecado del que no estoy consciente de antemano, del que soy ignorante, del que no tengo luz y no puedo controlar. Este es el pecado del que no conozco la ley (Romanos 7:15, primera línea; 1 Corintios 4:4; Romanos 4:15 y Romanos 5:13), el pecado en el que no he caído porque no fui tentado (Santiago 1:14-15), el pecado en el que yo, al andar fielmente en la luz (no cometiendo pecado), llego a ver poco a poco dentro de mí, el pecado que Pablo llama “las obras de la carne” (obras que salen inconscientemente de nuestro cuerpo) en Romanos 8:13 y que nosotros por medio del Espíritu hacemos morir, el pecado del cual somos limpiados por la otra parte del agente limpiador.
El poder de la cruz
Quizás, en vez de llamarle el poder de la sangre de Jesús, podemos también llamarle el poder de la cruz, y bien decir, que abarca las 2 partes. Las 2 partes porque un poder procede del hecho de que fue crucificado por nosotros, y el otro, menos conocido, es el poder que procede de estar crucificado por la fe junto con Él. El primer poder trae consigo el perdón; y el segundo trae consigo victoria y santificación.
Que la segunda limpieza (la santificación) no ocurre en un momento, así como la primera (el perdón), es evidente, sobre todo por toda la claridad y fuerza necesaria de 1 Juan 1:8: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.”
Si Dios me ha bendecido ricamente y me ha hecho más que victorioso (como dice la palabra), de tal manera que no estoy conscientemente de nada malo en mí, teniendo buena consciencia en todo, y asimismo estoy viviendo una vida feliz en justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo sin ser consciente de ningún pecado, pero al mismo tiempo quiero decir que ya no tengo pecado – que todo el pecado en mí en todos los sentidos ha sido quitado – entonces esta escritura hará un juicio más poderoso ante mí.
Si andamos en la luz y al mismo tiempo somos humildes y amamos realmente la verdad, veremos, con el paso del tiempo, mucho pecado en nosotros que antes no veíamos y del cual la sangre de Jesús también nos limpiará. La sangre de Jesús, el Hijo de Dios, nos limpia de todo pecado, de esta manera poco a poco llegamos a ver una luz cada vez mayor, esto debido a que aceptamos el juicio que la luz nos da y hacemos morir las obras del cuerpo de pecado por medio del Espíritu. Esta limpieza (salvación) es la santificación (Apocalipsis 22:11), o el crecimiento en Aquel que es la cabeza en todas las cosas, es también el estar preparado para la obra del ministerio para toda buena obra, o el crecimiento en la gracia y el conocimiento de Jesucristo, con lo cual adquirimos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento que están escondidos en Él.
Este es el camino de la cruz, el camino de negarse a sí mismo, el camino de sufrimiento, el camino de la muerte, el camino de la verdad, el camino de justicia, el camino de la pureza, el camino de la sabiduría y el camino de vida.
La sangre de Jesús: ¡Limpieza tanto en el exterior como en el interior!
En resumen, hay un doble poder de limpieza en la sangre de Jesús. La primer limpieza y/o purificación ocurre en un instante, pues en un momento recibimos, por la fe, el perdón de los pecados que hemos cometido. La segunda limpieza y/o purificación es un proceso continuo por el cual, por la fe, somos limpiados de todos los pecados inconscientes que habitan en nosotros – en el grado en el que los vayamos reconociendo.
¡Compáralo con Daniel 12:10! Limpieza en el exterior con agua. Purificación interna con fuego.
Este artículo fue traducido del noruego y publicado por primera vez con el título “Blodets rensende kraft” (“El poder purificador de la sangre”) en la edición de BCC Skjulte Skatter (Tesoros Escondidos) en enero de 1933.
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Escritura tomada de la Versión Reina-Valera 1960 © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas, 1988.