El pacto y sus promesas: Por qué realmente vale la pena ser obediente

El pacto y sus promesas: Por qué realmente vale la pena ser obediente

Cuando entras en un pacto con Dios, como lo hizo Jesús en sus días como hombre, ¡se te son dadas increíbles promesas para tu vida!

"En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo." Efesios 2:12.

Israel tenía un pacto con Dios, y en este pacto se les habían dado maravillosas promesas. En el Monte Sinaí también Dios les había dado algunos mandamientos que debían cumplir. Sin embargo, si eran infieles al pacto eran castigados o reprendidos.

Un nuevo tipo de pacto es establecido con Dios

Más adelante, Jesús nació en la humanidad, y entrando en el mundo dijo: "Sacrificio y ofrenda no quisiste; mas me preparaste cuerpo. Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí." Hebreos 10:5-7.

Este fue el pacto que Jesús estableció con su Padre. No obstante, este pacto no solo implicaba guardar algunos mandamientos, sino también hacer la voluntad del Padre. No existían limitaciones para hacer la voluntad del Padre. Jesús tuvo que ofrecerse a sí mismo para aprender la obediencia. (Hebreos 5:8; Hebreos 9:14.) Tuvo que renunciar a su voluntad; tuvo que morir para hacer la voluntad del Padre (Juan 6:38), y por medio de la sangre del pacto eterno, Dios resucitó al gran Pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesús. (Hebreos 13:20.) Las promesas de este pacto son mucho mayores que las del antiguo pacto.

Dios no podía establecer este pacto con todo un pueblo, pero Jesús dice: "Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen". Juan 10:27. Esto se refiere no solo a los judíos, sino que a través de la predicación del evangelio de Cristo, estas ovejas están siendo reunidas de entre todos los pueblos y naciones. Jesús dijo: "Y me siguen". Ellos entran en el mismo pacto en el que entró Jesús. El bautismo es un testimonio de haber entrado en este pacto. "¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?" Romanos 6:3-5. La muerte de la que aquí se habla es la muerte a nuestra propia voluntad para que podamos caminar en una nueva vida según la voluntad del Padre, tal como lo hizo Jesús. Aquí es donde Jesús se convierte en nuestro Pastor, y llegamos a ser partícipes de la misma sangre del pacto, que también nos da el derecho a la resurrección de los muertos, es decir, a ser arrebatados cuando nos reunamos con Jesús en las nubes. (1 Tesalonicenses 4:16-17).

Las promesas de este pacto

Todas las promesas del pacto se cumplirán en nosotros si somos fieles al pacto – tenemos derecho a ellas. Lee sobre ellas, y si las crees tu corazón arderá. Para empezar, ya no tienes que preocuparte por tus necesidades terrenales, ya que las cosas que necesitas se te añadirán si haces la voluntad de Dios. (Mateo 6:31-34). Además, serás participante de la naturaleza divina habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo. (2 Pedro 1:4.) Te convertirás en heredero de Dios y serás glorificado junto con Jesús. (Romanos 8:17.) Llegarás a sentarte en el trono de Jesús junto a Él así como Él se sentó con su Padre en su trono. (Apocalipsis 3:21.) Podríamos seguir diciendo más sobre esto, pero "cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman." 1 Corintios 2:9.

Todos los que aman a Jesús guardan Sus mandamientos (Juan 14;15) y son fieles en el pacto como lo fue el gran Pastor de las ovejas. Por lo tanto, ellos también vivirán junto a Él en la gloria. (2 Timoteo 2:11-12).

Este artículo fue traducido del noruego y publicado por primera vez con el título "El pacto y sus promesas" en la edición de "Skjulte Skatter" ("Tesoros Escondidos") en septiembre de 1964.

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Escritura tomada de la Versión Reina-Valera 1960 © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas, 1988.