Del ateísmo al cristianismo: ¿Cómo sé que Dios existe?
Jamás esperé llegar a ser alguien que creyera en Dios.
Descubrir a Dios es una experiencia muy personal. Cómo sucede puede variar mucho de una persona a otra. Siendo un estudiante de ciencia fui llevado del camino del ateísmo al cristianismo, y espero que mi historia pueda ser una inspiración para aquellos que están en necesidad.
Jamás esperé llegar a ser alguien que creyera en Dios.
Crecí siendo un ateo; mi objetivo en la vida era encontrar verdades objetivas a través de la ciencia. En la secundaría me especialicé en matemática y física, y más tarde me licencié en física aplicada.
No hay evidencia física que puede ser usada para probar o refutar la existencia de Dios. Esto significa que no se podría afirmar científicamente que Dios existe o no. Si creemos en Dios o no, es nuestra fe algo que nosotros hemos elegido.
Como joven elegí no creer en Dios. Esta decisión estaba basada, en parte, en la tremenda percepción negativa que tenía del cristianismo en ese momento. Mi impresión era que los cristianos se comportaban como si fueran superiores – afirmaban que tenían fe religiosa, pero al mismo tiempo vivían una vida feliz en el pecado. Odiaba esta hipocresía. No quería creer que Dios tenía un plan para llevar la salvación a tales personas.
Las limitaciones de la ciencia
Como adulto empecé a tener preguntas que la ciencia no daba respuestas. Estando todavía en la escuela secundaria a menudo me preguntaba: «¿Cuál es mi objetivo en la vida?»
Era ambicioso y tenía mucha motivación. Sin embargo, no pasó mucho tiempo hasta que los muros que enfrentaba me desanimaron. Sentía que había algo que faltaba en mi vida. Sentía la angustia a la incertidumbre y la falta de sentido. Tenía miedo de fracasar.
La ciencia es una herramienta poderosa para describir el mundo que vemos. Nos ayuda a construir modelos para analizar lo que observamos, hacer fórmulas para predecir cómo evolucionará un sistema, y proporciona una manera de probar o refutar nuestras hipótesis. Pero la ciencia no puede dar una solución en las luchas que enfrento en la vida.
Un nuevo entendimiento del cristianismo
En medio de mis luchas, un compañero de clase logró convencerme de visitar la iglesia a la que asistía. En esta reunión leyeron de un libro escrito por Johan Oscar Smith, el fundador de su iglesia. Un par de frases sobresalieron y provocaron inmediatamente mi curiosidad. «El mundo y sus placeres son nada – sino pura vanidad. Los placeres del mundo no son más que un portón espléndido, por el cual uno pasa para llegar a una mayor vanidad.» ¹
¡Esto resonó en mi corazón! Como persona joven, mi corazón anhelaba sentido de pertenencia. A menudo trabajaba para ser algo; buscaba reconocimiento, ¡de modo que la gente me «amara»! Sin embargo, temía que si fallaba ellos me desecharan.
¡Esa era mi motivación para esforzarme tras éxito, dinero y renombre! ¡Sin embargo, esto sólo condujo a una mayor necesidad de ser elogiado por los demás! En resumen, vi cómo fui atraído por el placer y la lujuria de este mundo – y estaba claro que no iba a terminar bien.
Aquí había una explicación a mis sentimientos de vacío; sentimientos que la ciencia no podía explicar o dar una solución. ¿Cómo podría solucionar este problema? ¿Cómo podría romper esta atadura
Posteriormente seguí asistiendo a estas reuniones para aprender más acerca de eso que para mí era un nuevo entendimiento del cristianismo. Escuché más sobre la causa de muchas de mis luchas: los deseos y pasiones que se encuentran dentro de mí, o mis propias exigencias y expectativas. Por ejemplo, cuando trataba de ser aceptado por los demás, veía que era impulsado por mis propias expectativas de cómo creía que debían comportarse. Me irritaba y sentía insatisfecho cuando otros no cumplían mis expectativas, y me daba cuenta de que no podía amarlos sincera y desinteresadamente.
Lo que realmente me mantenía atado era yo mismo. Y la solución que el cristianismo ofrece es seguir el ejemplo de Jesús en la victoria sobre el pecado. Jesús experimentó las mismas pasiones y deseos en su propia naturaleza mientras vivió en la tierra. (Hebreos 4,15) Dios le dio la fuerza a Jesús para vencer, porque estuvo dispuesto a obedecer la voluntad de Dios en lugar de ceder a las tentaciones que enfrentó.
La duda y el doble ánimo
Al comienzo no entendí la importancia de esta solución, y me esforzaba buscando la forma en que podía vencer mi propia naturaleza pecaminosa y tener victoria en mis tentaciones. Mientras hacía mi mayor esfuerzo con esto empecé a darme cuenta que era extremadamente débil. La duda se coló en mis tentaciones, y comencé a cuestionar cuán grave eran en realidad estos deseos, y si realmente era pecado, así como las preguntas sobre la voluntad de Dios que me ayuda con mis luchas, o si realmente Dios existe. Cedí a mis deseos una y otra vez. ¿Cómo podía ser que cuanto más lo intentaba, más me alejaba de vencer esa corrupción en mi naturaleza? Simplemente no era lo suficientemente fuerte.
Sin embargo, no podía darme por vencido, porque lo que dice la Biblia acerca de las consecuencias de seguir estos deseos se estaba volviendo cada vez más una realidad para mí. «… Pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna.» Gálatas 6,7-8. Cuanto más cedía a mis deseos más atado me sentía a ellos. Me avergonzaba sobre mí mismo, y anhelaba vencer estos deseos.
Lo que realmente necesitaba era fe.
«Fe». Odiaba la idea. Pasaba mucho tiempo dudando.
Está escrito que «la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.» Hebreos 11,1. La fe es una convicción que no se basa en una prueba lógica o evidencia material. Parece ser una contradicción directa a cómo funciona la ciencia, que está basada en el fundamento de pruebas lógicas y evidencia material. ¿Cómo podría saber que Dios era verdadero, sin una prueba lógica o evidencia material? Esto no me agradaba.
Entonces este versículo de la Biblia me trajo luz: «Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor. El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos.» Santiago 1,6-8.
Era precisamente este hombre, arrastrado por el viento y echado de una parte a otra, inconstante en todos sus caminos, y que no recibía la ayuda que necesitaba de Dios. Este verso fue una luz para mí; me mostró que había una gran hipocresía en mi duda. ¡Como estudiante de ciencia había aprendido a dudar, a hacer preguntas, examinar las afirmaciones probándolas, y llevar a cabo experimentos para ver si funcionan! Sin embargo, ¿qué había hecho? Había dudado si lo que había escuchado era cierto, preguntándome: «¿Y si?…» ¡Pero no me había puesto las palabras a prueba!
Me di cuenta que estaba viviendo la misma vida hipócrita que despreciaba. Tenía doble ánimo en cuando a la ciencia y la fe. Y, lo que era peor, si volvía a estancarme en la duda y seguir confiando en mí mismo, no podría jamás vencer mis deseos.
La fe es una decisión
Había sólo una cosa más que debía hacer para saber si Dios era verdadero o no: Entregarme y confiar plenamente en Él, sin duda, ¡y descubrir si su palabra realmente funcionaba!
Elegí creer la Palabra de Dios al describir lo que era el pecado. En plena fe oré a Dios por fuerza para seguir el ejemplo de Jesús y vencer este pecado. Y cuando fui tentado a llevar a cabo mis deseos, empecé a orar a Dios por fuerza para negarlos una y otra vez, ¡hasta que empecé a vencer! Con el tiempo empecé a experimentar victoria sobre los deseos que me habían atado.
El mundo espiritual y el mundo científico
También descubrí que la fuente de mi duda venía de mi propio orgullo y soberbia. Estudié y entendí el mundo científico, que es un aspecto de la vida, pero me negaba a tratar de probar y comprender el aspecto espiritual. Mientras creía que era «intelectual», en realidad me estaba limitando a mí mismo de llegar al verdadero entendimiento.
Hay un mundo espiritual que coexiste con el mundo de la ciencia el cual estudié. Dios es espíritu. (Juan 4,24) Nosotros las personas también tenemos un espíritu. ¡A través de mi espíritu, tuve la capacidad de oír la voz de Dios que me llamaba a terminar con esa vida antigua a la cual estaba atado y pesaba sobre mí! ¡Y ahora Dios me ha demostrado su existencia, porque he experimentado su trabajo en mi propia vida!
La física y las matemáticas siguen siendo una parte muy importante de mi vida. Mi motivo para estudiar la ciencia es la exploración y la apreciación de la belleza y los misterios de las leyes de la física, que Dios ha establecido en nuestro universo. En este sentido estoy abierto a hacer preguntas y buscar respuestas. Sin embargo, no voy a detenerme en la duda que me impide vencer mis propios deseos destructivos. Ni quiero perder nunca más un minuto de mi vida siendo tan necio y ciego desviándome por mal camino.
«Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.» Hebreos 11,6.
¹ Smith, Johan Oscar (1949) Cartas de Johan O. Smith, Editorial Stiftelsen Skjulte Skatter, Carta # 15, 15 de octubre de 1905.
Escritura tomada de la Versión Reina-Valera 1960 © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas, 1988.