Cuando no quiero que le vaya bien a mis amigos
Todos sabemos que la envidia es mala. Pero, ¿puedo admitir que tengo pensamientos llenos de envidia que van más allá de compararme con mis amigos?
Recientemente tuvimos visitas en casa. Había muchos reunidos en el Jardín. Acabábamos de comer y estábamos charlando alrededor de la fogata.
Alguien le preguntó a uno de los invitados: ¿Cuál crees que sea el mayor obstáculo que impide tener comunión?
“Envidia”, respondió rápidamente.
Sí, eso ya lo hemos escuchado nosotros los cristianos, y sabemos que la envidia es mala, ¿verdad?
Pero luego, agregó algo y sentí como si me hubiesen dado un golpe en el estómago cuando dijo:
"En la vida vas a encontrar momentos donde las cosas no marchan bien, puede que quizá a tus hijos les va mal, y tienes amigos a los cuales las cosas les van muy bien y sus hijos son perfectos, respetados y reciben mucho honor; ahí, muy en el fondo", golpea su pecho, "hay una parte de ti que desea que algo malo les pase."
Por su puesto que he experimentado eso de la envidia y también he deseado ser como mis amigos, y he comparado mi casa, mis hijos, mi trabajo, mi ropa, mis ingresos, mis vacaciones etcétera, no estaba satisfecha del todo. Pero sé lo suficiente de la Palabra de Dios como para usarla y liberarme de estos pensamientos de envidia que solo me conducen a una vida vacía y retorcida…
¿Pero podría realmente desear que le fuera mal a alguno de mis amigos, solo para que yo pueda sentirme mejor?
Esa pequeña inquietud
Conocemos bien a nuestros amigos, y escuchamos de todos sus logros. Nos enteramos de que les va muy bien con sus exámenes, que se comprometieron o que los invitan a un viaje muy emocionante. Pero en medio de las felicitaciones que les damos, hay una pequeña inquietud, tan pequeña que pretendemos que no está ahí.
Lo que en realidad nos dice esta pequeña inquietud es básicamente: “Ahora no le va muy bien a mi familia y a mí, y escuchar cuan maravillosa es tu vida, en verdad me molesta. Si vuelves a repetir lo maravillosos que son tus hijos, te voy a abofetear…”
Mi oído está interesado en escuchar cualquier chisme que los haga quedar mal. Oh ¿enserio? ¿Estás seguro? me compadezco con mis labios, pero por dentro estoy pensando, al fin recibieron lo que se merecen. Eso es lo que provocan estas inquietudes. La vida no es justa. Han tenido una vida fácil, por lo que, por supuesto, van a estar felices y agradecidos. Pero lo que realmente no creo, es que hayan tenido que lidiar con problemas semejantes a los que yo tuve.
¡Hey! ¡Alto ahí!
Pero ¿qué estoy diciendo? ¿que Dios me está tratando injustamente por darme más pruebas que a ellos? Acaso estoy diciendo que Dios ha juzgado mal la situación y que, en efecto, se ha equivocado…
No puedo vivir así si en verdad creo que Dios me ha escogido, y que ha preparado mis pruebas específicamente para que pueda ser transformada a Su imagen. (Romanos 8:28-29; 2 Corintios 4:17-18) ¿Cómo puedo oponerme a eso?
No debo entrometerme y meter mi nariz en los asuntos que Él tiene preparados para mis amigos. Ese no es asunto mío. Mi asunto es mi relación personal con Dios en mis pruebas, no en las de ellos.
Llevados a la luz
Por mucho tiempo evite sacar estos pensamientos a la luz, porque era vergonzoso que pudiera tener alguna satisfacción cuando las cosas no iban bien con alguno de mis amigos. Nunca me importó admitir que tenía que lidiar con la envidia – todos la sienten – pero no me gustaba admitir algo que no era tan claro para mí.
Pero te diré qué; cuando descubro estos pensamientos y los llevo a la luz, pueden recibir juicio. Cuando los veo por lo que realmente son, puedo estar de acuerdo con el juicio de Dios sobre ellos y reprenderlos. En voz alta si es necesario. Y así poco a poco me libero de las inquietudes que surgen siempre que comparo mi situación con la de mis amigos. ¡Realmente libre! Nada está oculto: puedo mirar a Dios a la cara y saber que estoy en una purificación. Puedo mirar a mis amigos a la cara sin engaños y así bendecirlos. Si no puedo hacer esto, entonces realmente no amo a mis amigos.
Y esta libertad trae una unción del cielo; trae paz en lo más profundo de mi alma, donde antes había intranquilidad.
"Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado." Isaías 26: 3.:
Escritura tomada de la Versión Reina-Valera 1960 © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas, 1988.