¿Cómo puedo ayudar?
Así encontré la manera de saber el momento adecuado, las palabras correctas y las acciones correctas para poder realmente ayudar y bendecir a los demás.
“Y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen; y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec.” Hebreos 5:9-10.
Melquisedec es un personaje de la Biblia un poco misterioso. Apareció de repente y le dio a Abraham comida y vino, y lo bendijo después de la lucha que había librado para salvar a su sobrino Lot de la ciudad de Sodoma. Él era “el rey de Salem”, pero nadie sabía quiénes eran su madre y su padre. Y tan pronto como llegó, se fue, desapareciendo de vuelta a lo desconocido. (Génesis 14:18-20).
Aunque se sabe relativamente poco acerca de él, su historia siempre me ha fascinado. Llegó a Abraham en el momento justo, dijo exactamente las palabras que Abraham necesitaba para fortalecerse, y luego siguió su camino.
¿Cómo puedo ser un Melquisedec?
He recibido el anhelo de poder ser una bendición como Melquisedec cuando trato con otros. Puede haber muchas necesidades en los que me rodean. Tal vez alguien necesita una buena palabra, una buena comida, o simplemente un oído que escuche. Tal vez alguien está enfermo, solo, o luchando de alguna manera. Si siempre estoy enfocado en mí mismo, y en mis propias necesidades y deseos, es muy fácil perder esas oportunidades de ser una bendición para los demás. Pero si tengo una mente para bendecir, y un anhelo de servir a Dios en todo lo que hago, entonces puedo escuchar la voz del Espíritu y confiar en que Él puede guiarme a hacer esas obras que pueden ser una ayuda para los demás.
¿Pero cómo saber lo que dar? ¿Cómo puedo saber qué decir a alguien que puede estar en necesidad? La respuesta es tener un corazón puro, primeramente – hacer todas las cosas que sé que son correctas. Cuando Dios quiso que Moisés y Aarón hablaran con los israelitas, dijo: “Ahora pues, ve, y yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar.” Éxodo 4:12. Cuando vivimos de acuerdo a lo que sabemos que es correcto, entonces también tenemos esta promesa. Cuando Dios tiene un trabajo para nosotros, también nos da lo que necesitamos para cumplir la tarea. Tenemos que ir en fe, hablar o hacer lo que venga a nuestros corazones, y luego dejarle los resultados a Dios.
Encomendando a Dios los resultados
Yo sé, por mi propia cuenta, que en ocasiones abandonar la situación es lo más difícil. Está muy apegado a nosotros el querer ver el resultado de nuestras obras. “¿Habré dicho lo correcto?”, “¿Está la persona agradecida por lo que le di?, “¿Saben los demás que soy una gran ‘bendición’?”
Todos estos pensamientos pueden venir muy fácilmente, pero si busco agradecimiento, honor, o incluso ver si lo que ofrecí fue lo correcto, entonces solo busco lo mío propio. Eso no es lo que Dios quiere cuando me usa para bendecir a alguien, y tampoco es lo que hizo Melquisedec; él se fue tranquilamente y encomendó los resultados en las manos de Dios. No se sabe si alguna vez conoció los resultados de sus acciones. Pero lo cierto es que su ofrenda de comida y vino fortalecieron a Abraham después de la batalla, y aún más importante, sus palabras de aliento hicieron que Abraham rechazara la ganancia terrenal del rey de Sodoma. Esto es extremadamente significativo, porque significa que Abraham no puso su confianza en las cosas de la tierra o en el hombre, sino solamente en Dios. Este acto fue tan significativo que Melquisedec también fue conocido como “el rey de la justicia.” (Hebreos 7:1).
Ha habido momentos en mi vida en los que sé que tengo las mejores intenciones de ayudar a alguien. Pero también he sentido que he llegado al límite de mi fuerza humana, y he tenido que tomar una decisión: “¿Me quedo y continúo ofreciendo mis servicios, sabiendo que solo lo hago con mis propias fuerzas? ¿O me voy y encomiendo a esa persona en las manos de Dios? Yo sé que Dios tiene un plan para aquellos que me importan y que Él continuará su obra, primero en el corazón de ellos, y segundo tal vez a través de otros que también pueden escuchar Su voz.
¡Dios da el crecimiento!
La historia de Melquisedec me ha fortalecido mucho cuando me encuentro en estos tiempos. Su ejemplo me ha dado una fe firme en mi corazón de que cuando escucho la voz del Espíritu, puedo confiar en lo que me dice. Puedo creer completamente que Dios continúa obrando incluso después de que me haya ido silenciosamente, y puedo encomendar los resultados completamente en Sus manos.
Me recuerda el versículo en 1 Corintios 3:7, “Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento.” No hace ninguna diferencia si veo los resultados de mis obras y oraciones ahora o en la eternidad, porque Dios es quien debe recibir el honor por ellas.
Oh que siempre guarde puro mi corazón para poder escuchar la voz de Dios; que siempre sea humilde para poder llevar a cabo las obras que ha preparado para mí; y que siempre sea justo para poder ser como el viento que “sopla de donde quiere, y oyes su sonido; más ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu.” Juan 3:8. Esa es mi meta en la vida, y sé siempre voy a tener todo lo que necesito – tanto para mí como para los otros.
Escritura tomada de la Versión Reina-Valera 1960 © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas, 1988.